El alimento esencial

En esta ocasión, quisiera hablaros de un alimento muy, muy especial.

De entre todos los que soy capaz de recordar, es el más afín a nuestro organismo, a su metabolismo y a la propia naturaleza humana.

Un alimento de temporada durante todo el año y que puede tomarse directamente crudo, por lo que no necesita ser procesado ni manipulado térmica, mecánica o químicamente.

Asimismo, puede transportarse con suma facilidad y consumirse en pequeñas dosis. Aunque grandes cantidades del mismo no perjudican en absoluto, sino todo lo contrario.

Es comúnmente conocido por su sabor delicioso y, sobre todo, dulce; por su textura suave y delicada y por ser fácilmente digestible y compatible con cualquier otro alimento.

Es, a la vez, un manjar diverso, que adquiere distintas formas dependiendo del país, de la cultura, de la religión, de las costumbres y de la personalidad de quien lo cultiva.

Además, no le afecta ni el frío, ni el calor, ni las condiciones del entorno. No precisa ser refrigerado, y, si es muy puro, permanece fresco e inalterado durante tiempo indefinido.

En suma: cubre todas las necesidades nutritivas de quien lo ingiere, compensando sus carencias, si las tuviere. Posee, también, una amplia gama de cualidades y un amplio espectro de propiedades curativas.

Resulta, pues, un alimento insustituible. Y, por encima de todo, el más importante de cuantos existen.

Hablo, por supuesto, del amor.

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R. L., de 19 años, acudió a mí aquejada de un acné rebelde, delgadez muy acentuada y algunas alteraciones del sistema nervioso. Viviendo todavía en casa de sus padres, y muy reacios éstos a cambios en la alimentación de su hija, se perfilaba poco viable introducir mejoras en su dieta. No obstante, le propuse algunas pautas alimenticias sencillas.

Coincidí con ella al cabo de seis meses en la Feria Alternativa de Valencia. El acné le había desaparecido casi por completo, había aumentado de peso y en su mirada advertí, a todas luces, una serenidad y un brillo no vistos anteriormente. Iba acompañada la muchacha de un buen mozo. Estaba guapísima. Le participé, pues, mi alegría por el reencuentro y le pregunté, para que me lo confirmara (era evidente), qué tal le había ido en los últimos meses. Su respuesta, refiriéndose a su compañero, sonó del todo elocuente: Él ha sido mi medicina.

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