Hijos/as que se llevan mal con sus padres

Algo que he observado en multitud de ocasiones es un hecho cada vez más frecuente en muchas familias: los hijos que se llevan mal con sus padres. Un fenómeno social creciente y de variadas causas, una de las cuales pretendo abordar en el artículo de hoy.

Pondré algunos ejemplos:

Hijo: Mamá, me encantaría estudiar arte dramático y ser actor. Me hace mucha ilusión.
Madre: Piénsalo bien, hijo. Son muy pocos los que llegan arriba. Y seguro que no te gustará morirte de hambre.

Observación: ¿No está la madre (so pretexto de ser muy realista y práctica) inculcándole un temor a su hijo para que renuncie a su sueño?
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Hijo: Le he dicho a mi amigo Luis que venga hoy a comer. A él le encanta la paella. Y como tú la haces muy buena, papá...
Padre: ¿Sabes?, no me gusta tu amigo. Ya te lo he dicho alguna vez. Desde que vas con él has descuidado tus estudios. Sales demasiado. Y vuelves muy tarde los fines de semana.

Observación: ¿Por qué no señalarle al hijo, sin más, aquello que el padre considera poco apropiado? ¿Por qué asociar esa conducta a otra persona, a sabiendas de que esa persona es amiga de su hijo y que éste la aprecia?
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Hija: Mamá, mira. ¿Te gusta el nuevo conjunto que me he comprado?
Madre: Como te vea así tu padre, te dirá que lo devuelvas inmediatamente. Además, los vecinos van a pensar que eres una cualquiera.

Observación: Si la cría ya se está haciendo mayor, ¿no será mejor que vaya cultivando su propio criterio e independencia (con todas sus consecuencias), en vez de supeditar éstos al criterio ajeno? Además, ¿no es más importante la opinión de un hijo que la de los vecinos? Y, por otro lado, ¿qué inconveniente hay en que una mujer (o un hombre) desee sentirse atractiva?
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Hija: Mamá, como hoy es mi cumpleaños y he sacado buenas notas en el colegio, me gustaría pediros una moto.
Madre: Ni pensarlo. ¿Sabes la cantidad de accidentes que hay con las motos? Además, a ti te gusta mucho correr con la bicilceta. Así que con la moto, no lo quiero ni pensar.

Observación: Una vez más, se utiliza el miedo para evitar que alguien lleve a cabo un legítimo (y razonable) deseo. También se demuestra una gran falta de confianza (la falta de confianza en los demás es la falta de confianza en uno mismo). Y, aparte de esto, si lo que unos padres pretenden es que su hijo/a sea responsable, ¿no es el darle responsabilidades, en vez de privarle de ellas, la mejor manera de que lo sea?
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Son sólo cuatro ejemplos, pero podrían haber sido cien, o mil. Estos diálogos son el pan nuestro de cada día en muchas familias, y en todos ellos existe un denominador en común: alguien tenía un sueño, una meta, una ilusión, un propósito. Algo que, con toda su alma, deseaba alcanzar o realizar. Y, sin embargo, alguien llega y le dice NO: un obstáculo en el camino, un muro infranqueable, un impedimento. ¿Y qué es lo que esto desencadena en la persona que ve irrealizados sus deseos? Ira.

Los seres humanos somos una suma. La suma se compone de sumandos. Algunas vivencias nos suman bienestar, otras nos suman malestar. En ambos casos, tiende a ser acumulativo. Y el ver repetidamente frustrados nuestros objetivos, máxime cuando es otra persona la que nos los obstaculiza o impide, genera ira. Una ira que con el tiempo, fácilmente, puede derivar en rencor y en odio. Cualquiera de nosotros, seguro, conoce más de un caso. Incluso en muchas ocasiones, esos padres que frustran las legítimas aspiraciones de sus hijos, son, a su vez, hijos de unos padres que frustraron sus más ardientes deseos. A lo que parece evidente que las historias tienden a repetirse... si no se aprende de ellas.

Así pues, siguiendo con los ejemplos de antes, propongo ahora una respuesta más edificante por parte de los padres.

Hijo: Mamá, me encantaría estudiar arte dramático y ser actor. Me hace mucha ilusión.
Madre: Pues si te hace ilusión, hijo, y es lo que más deseas, tu padre y yo te apoyaremos hasta donde haga falta. Seguro que llegarás a ser un gran actor.

Observación: Además de apoyar al hijo en la consecución de su sueño, la madre le expresa confianza, demuestra fe en él con sus palabras. Algo que es muy de agradecer y que no se olvida fácilmente.
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Hijo: Le he dicho a mi amigo Luis que venga hoy a comer. A él le encanta la paella. Y como tú la haces muy buena, papá...
Padre: Estupendo, Luis, que venga. Ah, por cierto, si quieres te invito al cine, y así aprovecho luego para comentarte una cosa.

Observación: El padre desvincula la actitud de su hijo de la de su amigo para evitar un enfrentamiento. Luego crea un clima propicio, relajado, cordial, que allana el camino para una conversación en la que el padre le trasladará algunas de sus impresiones y puntos de vista.
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Hija: Mamá, mira. ¿Te gusta el nuevo conjunto que me he comprado?
Madre: ¡Caramba!, qué provocativo. Te sienta muy bien. Seguro que los vas a llevar a todos de calle.

Observación: Si tu hija se está haciendo una mujer, es muy probable que le guste mostrar sus encantos. A veces, de manera ostentosa. Y bien mirado, puede ser expresión de autoestima, de que se gusta a sí misma (de lo contrario, se taparía, se escondería). También forma parte de un ritual ancestral. Es una forma de relación sexual con el mundo, de atraer a los demás hacia sí, de reafirmar el poder. Es natural, es espontáneo. No tiene por qué comportar ningún peligro (sólo si el miedo entra en escena). ¿No será mejor celebrar esa espontaneidad, esa naturalidad?
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Hija: Mamá, como hoy es mi cumpleaños y he sacado buenas notas en el colegio, me gustaría pediros una moto.
Madre: La verdad es que a mí siempre me han dado mucho miedo las motos. Pero parece claro que tú no sientes ese temor. De lo cual, me alegro mucho, hija. Luego, si quieres, lo hablamos con tu padre. Pero en lo que a mí respecta, no hay inconveniente. Sólo te recomiendo que seas muy prudente.

Observación: Aquí la madre no esconde su temor. Pero lo manifiesta de una forma completamente constructiva. Se da cuenta de que su hija no lo ha heredado y se alegra por ello. Lo cual, es maravilloso. A fin de cuentas, ¿no es amor el ver que tu hijo supera esas asignaturas pendientes que tú no has logrado superar? ¿No debería ser eso un motivo de alegría? Y, ¿no demuestra la madre una gran confianza con su hija al apoyarla en su voluntad de tener una moto?
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Sí, respeto y confianza. Eso que muchas veces exigen los padres a sus hijos y que, sin embargo, no les dan (¿se puede exigir a los demás algo que uno no les da?). Respeto y confianza: dos pilares imprescindibles en cualquier tipo de relación humana. Y dos maneras eficaces de evitar la ira en nosotros mismos... y en nuestros hijos.

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