Las peores enfermedades y sus antídotos

El Diccionario de la RAE define enfermedad como Alteración más o menos grave de la salud. Pero la enfermedad no es sólo una expresión fisiológica u orgánica. Implica, también, el mecanismo psíquico o emocional que la desencadena.

He resumido esos mecanismos en cuatro. Y les atribuyo la categoría (en ningún caso, despectiva) de enfermedad porque, directa o indirectamente, tarde o temprano, alteran de forma más o menos grave la salud. A cada uno le sigue lo que podríamos denominar como antídoto.

La falta de amor. Yo no la definiría como el amor que el individuo deja de recibir de los demás (carencia, escasez) sino, más bien, el que el individuo deja de expresar (de dentro hacia fuera). Aunque, a menudo, un mecanismo deriva en el otro. El caso es que sin amor en la vida, o sin la suficiente cantidad del mismo, el ser humano, con el tiempo, se marchita, se oscurece y se debilita.
- Antídoto: explorar el amor, investigarlo, vivirlo, hasta descubrir que no es algo que se nos da sino, más bien, algo que se da (a uno mismo -autoestima- o a los demás) sin esperar nada a cambio. Amor que es, ante todo, una actitud; y que, por tanto, dimana de la voluntad (individual o colectiva). Amor, polifacético, que es tolerancia, respeto, confianza, cariño, reconocimiento, etc.

El orgullo. Es una especie de venda en los ojos que dificulta o impide observar de manera objetiva y neta la propia realidad del individuo. Y, al mismo tiempo, un resorte que no le deja ver ni reconocer las propias faltas (se ven las luces pero no las sombras); o bien aquellas facetas de su ser cuya mejoría se hace necesaria.
- Antídoto: la humildad. Humildad que es mirar dentro de uno mismo con responsabilidad, en vez de hacer a los demás y al mundo exterior culpables de nuestro malestar. Humildad que es reconocer abiertamente y sin pudor (sin que a uno se le caigan los anillos) aquellas facetas de nuestra personalidad, aquellos actos realizados o aquellas palabras dichas que, comoquiera que sea, generan inarmonía en nosotros.

El miedo. Uno desea hacer o decir algo, pero el individuo, finalmente, se frena, se cohibe o se retrae. Algo que proviene de su mente le paraliza (un pensamiento, una idea, un recuerdo, algo que imagina o presupone). Entonces sobreviene la frustración. La frustración de no haber logrado un propósito, de no haber podido ser uno mismo (acaso la conquista más importante de la vida) con plena y absoluta libertad. Otras veces es el miedo el que nos impulsa hacia adelante, a realizar un acto cuyas consecuencias, sin embargo, generan inarmonía (en nosotros, en los demás o en un determinado espacio).
- Antídotos: el valor, la confianza, la determinación y el amor. Se trata, no ya de dejar de sentir el miedo (algo inherente a la naturaleza humana), sino de afrontarlo de una manera constructiva. Se trata de no dejarse vencer ni huir de él. El miedo hay que vivirlo a fondo, hay que saborearlo, para superarlo. Porque, cuanto más se evita, cuanto más se rechaza, más crece.
Por otro lado, el polarizarse en el amor (y sus correspondientes facetas) nos evitará tomar esas decisiones que, a la postre, generen inarmonía o caos en nosotros mismos o en nuestro entorno.


La ignorancia. Uno se aventura por un camino que cree adecuado y que, sea como fuere, le conduce en última instancia al dolor, al sufrimiento o a la inarmonía. Es entonces cuando hace falta conocimiento, para discernir lo que conviene de lo inadecuado, y para luego poder escoger sabiamente. La sabiduría aleja del sufrimiento y atrae la armonía y la felicidad.
- Antídoto: la sabiduría. ¿Y qué es la sabiduría? Pues algo que nos permite reconocer en cada momento qué es lo más conveniente para nosotros, y que, además, nos lleva a realizarlo. Una actitud que requiere de conocimiento (o intuición) y de gran flexibilidad. Porque desde el prejuicio, desde el condicionamiento o desde la falta de libertad, difícilmente, puede una persona tomar sabias decisiones.

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