Espiritualidad

A veces he oído decir que una determinada persona era espiritual por el mero hecho de practicar yoga, o porque sabía mucho de metafísica, o porque ejercía la profesión de terapeuta, o porque era budista, vegetariano o sacerdote; o bien porque había viajado varias veces a la India movida por inquietudes existenciales, o porque a menudo solía hablar de las excelencias del amor…

En esos casos, casi siempre he creído apreciar que las personas que se referían a esas otras como espirituales lo hacían empleando la palabra espiritual como sinónimo de bondadosa, elevada, o, simplemente, para referirse a ellas como mejores que las demás (por el hecho de ser, supuestamente, espirituales). A lo que yo me pregunto, ¿una persona es espiritual, sólo, por practicar yoga o tai-chi, por ser terapeuta, budista, por saber mucho de metafísica o por albergar inquietudes existenciales? En mi opinión, no necesariamente. A menos que uno crea, claro está, que el hábito hace al monje (uno es monje, en todo caso, cuando sigue un estilo de vida mayormente monacal).

Desde mi punto de vista, la persona espiritual es aquella que consciente o inconscientemente cultiva cotidianamente valores espirituales, o lo que comúnmente se conoce como valores humanos, a saber: respeto, comprensión, tolerancia, cariño, dulzura, reconocimiento, humildad, valor, sinceridad, saber escuchar y perdonar, dialogar, recurrir al sentido del humor para trascender los contratiempos, etc.

Quizá desde este ángulo, ya no sean tan abundantes en nuestro mundo las personas espirituales. Porque la medida de la espiritualidad en la vida de un individuo, desde un prisma holístico (o integral), vendrá dada por su trayectoria global, y nunca por hechos aislados. A fin de cuentas, los seres humanos somos un todo, somos la suma de todos nuestros actos a lo largo de toda nuestra vida.

Por eso, me hace sonreír la ligereza con la que a veces se emplea esta hermosa palabra: espiritualidad. Un vocablo muy sobado en nuestros días cuyo concepto, para algunos/as, se asocia implícitamente con determinadas etiquetas o roles, como los mencionados al principio de este artículo, pero que en mi opinión tiene más que ver con el desarrollo de una actitud de crecimiento personal consciente y constante por parte del individuo.

Así pues, una persona que cultive los valores humanos en ningún caso estará por encima (más bien, al lado) de los demás, ni será infalible, ni necesariamente impecable, pero, a buen seguro, se caracterizará por ciertas tendencias. Veamos algunas de ellas:

- apostará por el diálogo con los demás antes que por la imposición,
- se esforzará en ver qué le une a sus semejantes antes que subrayar las diferencias que le separan de ellos,
- será capaz de sentir miedo, pero lo afrontará con vistas a superarlo;
- se servirá de la sinceridad y de la honestidad como instrumentos para caminar por la vida y para lograr sus propósitos,
- podrá enfadarse, pero siempre estará dispuesta para el reencuentro y la reconciliación;
- creerá que el mejor modo de cambiar el mundo es cambiándose a sí misma,
- sabrá escuchar a todos los que le rodeen, y tendrá en cuenta sus opiniones, pero siempre decidirá siguiendo su propio criterio;
- valorará a las personas por el conjunto, por la globalidad de lo que éstas son, y no por hechos puntuales o aislados;
- podrá experimentar rabia, desazón e indignación, pero sabrá perdonar;
- será autocrítica y capaz de cuestionarse en cualquier momento su propia visión de la realidad,
- sabrá vivir como amiga de las incertezas, huyendo de buscar la seguridad que no consista en la que le confiere a uno la experiencia y la fe;
- buscará el bienestar de la comunidad de la que forme parte antes que el suyo propio, y si busca el suyo propio nunca lo hará en detrimento del bienestar colectivo;
- se sentirá libre en todo momento, libre para ser ella misma, libre para expresarse conforme a su propia idiosincrasia, libre de compartir su opinión y sus sentimientos sin sentirse condicionada o arredrada por nada ni por nadie, y sin mayor límite que el respeto por los demás;
- cultivará el amor propio (autoestima) como piedra angular de su existencia, consciente de que no se puede amar a nada ni a nadie si uno/a no se ama primero a sí mismo/a.
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Hace unos años tuve la gran suerte de conocer a una mujer que redefinió mi concepto de espiritualidad. No pertenecía a ninguna religión, no había leído ningún libro de metafísica ni poseía cultura, no portaba amuletos, no había viajado por el mundo ni comía alimentos ecológicos (eso sí, gozaba de excelente salud). Pero, con todo, aprendí de ella una lección que jamás olvidaré. La llamaré María.

María trabajaba en una empresa de limpieza, ganando menos de mil euros al mes, y se le acababa el contrato en dos semanas. Recientemente enviudada, tenía que sacar adelante a sus tres hijos pequeños con ese dinero. Un viernes por la noche, cenaba yo en su casa, y, tras la cena, a su hija menor (entonces contaba cinco años) se le declaró un poquito de fiebre. A la mañana siguiente, mi anfitriona tenía que marcharse muy temprano para ir a trabajar, a lo que me ofrecí para dormir en su casa y así poder cuidar de la pequeña (sus dos hermanos no rebasaban los doce años), por si empeoraba. María accedió de muy buen grado.

A las seis de la madrugada, oí levantarse a María, y la escuché al poco cantando alegremente en la ducha con voz baja para no molestar a nadie. A todo esto, decidí levantarme yo también para encontrarme con ella en la cocina. Entonces la descubrí allí, desayunando muy sonriente, y le pregunté:

- Siento mucha curiosidad por saber cómo puedes tener ese ánimo en estos momentos, María. Perdiste a tu marido hace dos meses, se te acaba el contrato dentro de dos semanas, apenas tienes dinero, tu hija está malita… ¿No estás preocupada?
- ¿Por qué tendría que estarlo? Tú vas a cuidar de la nena. Sé que la tratarás como si fuera tu hija, y que si surgiera un problema, me llamarías enseguida. Y aunque yo quería mucho a mi marido, sé que volveré a encontrar otro hombre y que nos enamoraremos; hay tantos buenos en el mundo… Y el dinero… aunque nunca he tenido mucho, tampoco me ha faltado. Y ya estoy buscando otros trabajos. Sé (no dijo "creo" o "supongo", sino un "sé" lleno de convicción) que voy a encontrar otro. Estoy segura de ello. Además, hoy hace un día precioso. ¿No te da ganas de cantar, Carlos?

Me quedé mirando a María mientras se me saltaban las lágrimas, y, acto seguido, me abracé a ella.

Doy fe de que sus palabras no eran de ésas vanas y ligeras que se lleva el viento sin esfuerzo, porque manaban de su corazón. Como no era falso el brillo de sus ojos, ni teatro la espontánea alegría que brotaba de su sonrisa. Supe, a ciencia cierta, que me encontraba ante un ser humano lleno de buen humor, de fe y de amor; ante un ser humano verdaderamente extraordinario (más allá de lo ordinario, de lo común).

María, ciertamente, me rompió con sus gestos y sus actos muchos de mis esquemas; y, sin pretenderlo, hizo que me diera cuenta del largo camino que, como ser humano, me quedaba aún por recorrer.
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Nota: He seleccionado como imagen para ilustrar este artículo una flor de loto, un símbolo que representa perfectamente mi concepto de espiritualidad: el de una flor que exhala su delicada y dulce fragancia, su esplendorosa belleza, pero cuyo alimento constante no es otro que el fango putrescente de una
inmunda charca.

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