El vientre abultado del indigente

Hace algún tiempo, cosa rara en mí, estaba viendo la tele. En concreto, un documental de La 2 sobre la vida de un indigente en Madrid.

El protagonista sobrevivía en la calle haciendo de buhonero, esto es, recogiendo objetos en los contenedores, reciclándolos y revendiéndolos posteriormente. El individuo, de buenas a primeras, me parecía un hombre muy cordial y amable. Una persona que, de hecho, se había granjeado la confianza y la simpatía de muchos de sus compañeros de vía y de algún que otro conciudadano.

En un momento dado, alguien le plantea la posibilidad de dejar la calle para regresar a su piso, que, aunque parezca increíble, no utilizaba para vivir sino como un gran trastero. La cuestión es que finalmente se deja convencer y vuelve a casa, encontrándose con que a duras penas puede abrir la puerta de la vivienda por la enorme cantidad de trastos acumulados detrás de ella (Síndrome de Diógenes): unas dos toneladas. A pesar de todo, consigue entrar, y, trepando por las montañas de desperdicios y de cacharros, alcanza su dormitorio y se instala. Entonces, un asistente social le propone llamar a los servicios de limpieza municipales para deshacerse de toda la porquería y quedarse con lo imprescindible. Sin embargo, él le dice que no repetidamente (era evidente que el pobre hombre sufría de un trastorno mental). Con todo, a partir de ese momento, comienza a establecerse en su casa, conviviendo con trastos y desperdicios. Un hecho que le lleva a terminar enfermando y a ser ingresado varias veces (escapándose del hospital otras tantas).

Nuestro protagonista persiste obcecado en sus trece, no dando su brazo a torcer, pues bajo ningún concepto quiere desprenderse de sus valiosos tesoros. En tanto que, paralela a su terquedad, discurre y avanza su enfermedad: pierde peso, se deteriora severamente, y comienza a abultarle cada vez más el vientre, sin nada que lo frene. Padece un proceso infeccioso agudo: las heces se le acumulan en los intestinos. No consigue evacuar.

La interpretación psicosomática que hago de este interesante caso, se cae por su propio peso: la calle, mientras el indigente vive en ella, es su casa, y, por consiguiente, su reflejo. No obstante, cuando regresa a su piso, al hogar originario, éste ocupa el lugar de la calle; por tanto, el reflejo se transfiere: es su casa la que ahora se ha convertido en su viva imagen... y él en la de su casa. Es un flujo de doble sentido (muy importante tener esto en cuenta).

Las heces que no logra evacuar son idénticas a los desperdicios de su casa: listos para ser eliminados, pero pudriéndose, atascándole y envenenándole entretanto. Así pues, se le acumulan y le enferman gravemente. Los intestinos (pasillos) y los esfínteres (puertas) se obturan, y el tránsito, en consecuencia, se detiene. Los excrementos se incrementan ostentosamente hasta hacerle parecer, tal cual, un hombre embarazado (de porquería). La persona, decidida y resuelta a negar la entrada en su domicilio a una brigada de limpieza del ayuntamiento, fallece víctima de una infección aguda semanas más tarde.

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