Creamos lo que creemos

Fijémonos en nuestro alrededor. ¿Qué vemos? ¿Un ordenador? ¿Una silla? ¿Una persiana? ¿Un cuadro? ¿Un coche? ¿Un edificio? ¿Un puente? ¿Un jardín? No importa de lo que se trate. Si nos paramos a pensarlo por un instante, nos daremos cuenta enseguida de que todo ello ha existido previamente en la mente de alguien. Ese fue el primer paso: concebirlo, imaginarlo, visualizarlo. Todo empezó siendo una idea o un sueño, al que se le fue dando forma, que se fue puliendo, modificando, optimizando, hasta que finalmente, siguiendo el procedimiento apropiado, terminó materializándose.

Alguna vez nos ha sucedido, y conoceremos casos de otras personas a las que también: tenemos una idea o un sueño, firmemente anclado en nuestra mente, alimentándolo cada día con ilusión, y al final, después de mover los resortes necesarios para alcanzarlo, se cumple. A lo que otras veces resulta ser un pensamiento negativo (acaso el temor de que algo desagradable acontezca) lo que, a fuerza de darle peso, termina ocurriendo. ¿Y cuántas veces estáis pensando en alguien, alguien en quien no pensabais desde hacía tiempo, y de repente os lo encontráis por la calle? U os llama por teléfono. Por ejemplo.

Parece evidente que nuestra mente es poderosa, y que para lo agradable y lo desagradable cuenta con un gran poder atractor. Así y todo, nadie nos ha enseñado a entrenarla, a domesticarla para que son sirva fielmente. Antes bien, es ella la que muchas veces nos domina y nos juega malas pasadas.

Sin darnos cuenta, en el día a día, a cada momento, vamos alimentando nuestro pensamiento con sucesivas ideas. Cuando predominan las positivas, y cobran peso y fuerza en nuestra mente, tendemos a atraer lo positivo. Y esas ideas, más tarde o más temprano, terminan encarnándose en objetos, proyectos o cambios. Sin darnos cuenta, somos creadores, artífices de nuestras vidas. Somos como pequeños dioses, pero poderosos, a los que, normalmente, nadie les ha enseñado cómo usar ese poder creador mental. Así que lo usamos como buenamente sabemos, como podemos. A veces, a trancas y barrancas.

Con todo, el mecanismo de base es muy simple. Y, a la vez, muy efectivo: siempre tenderá a ocurrir, a materializarse, todo aquello que pensemos. O sea que, consciente o inconscientemente, tenderemos a crear aquello en lo que creamos previamente. En definitiva, creamos lo que creemos.

Pongamos por caso: he conocido a algunos valencianos que detestan a los catalanes (lamentable, en mi opinión, dejarse arrastrar por las ideas preconcebidas), y cuando han ido a Cataluña (por obligación o necesidad) han tenido contratiempos con ellos. Sin embargo, otros tantos valencianos, que no albergan esos prejuicios, han ido allí y jamás han tenido roces con ningún catalán. ¿Casualidad? Yo no lo creo. Simplemente, tendemos a atraer lo que albergamos en nuestra mente (Igual atrae a igual). Creamos la realidad que creemos.

Entonces, si no nos gusta la realidad en la que vivimos, o pretendemos mejorarla, ¿cómo podemos empezar a cambiarla, a transformarla? Pues, por de pronto, empezando por cambiar el chip. Es decir, cambiando nuestra forma de ver esa realidad.

Supongamos que durante una buena parte de nuestra vida se nos hadicho algo como: Eres un inútil o No sirves para nada. Al cabo del tiempo, terminamos creyéndolo, y, al final, terminamos comportándonos como si verdaderamente lo fuéramos. Esa idea ha arraigado en lo más profundo de nuestro ser. Se encuentra tenazmente amarrada en nuestras entrañas. No nos la cuestionamos. No la ponemos en duda. La asumimos: Soy un inútil... y no hay nada que hacer. Pero un buen día, sea como fuere (leyendo un libro, viendo una película que nos mueve o gracias a una conversación con un amigo), decidimos cambiar esa idea por otra mucho mejor: Yo sirvo para todo aquello que me proponga. Y a fuerza de repetirla cada mañana, a fuerza de pensarla con emoción, empezamos a creérnosla. La nueva idea, poco a poco, le va ganando terreno a la antigua; luego, crece, arraiga y fructifica. A la postre, empezamos a comportarnos de otro modo: como si verdaderamente fuéramos capaces de conseguir lo que nos propusiéramos.

Requiere algo de tiempo, pero el mecanismo de fondo es muy simple. No entraña ninguna complejidad. Se trata de hacer eso que acostumbrábamos a hacer de niños constantemente: imaginar. Imaginar, o, si lo preferís, visualizar la realidad que deseamos alcanzar: más salud, llevarnos mejor con alguien, vivir en una casa más grande o bien conseguir una meta importante en el ámbito laboral.

Lo que está claro es que vivir sumido en el pensamiento negativo, en el pesimismo, en el rencor, en la incomprensión o en el temor va determinando y conformando una realidad que, en mayor o menor grado, estará salpicada de malestar, de dolor y de sufrimiento. Además, nadie, aparte de nosotros mismos, puede tomar la decisión de salir de ese círculo vicioso llamado negatividad.

Efectivamente, somos CREADORES (con mayúsculas), y aunque no siempre somos artífices de nuestras circunstancias, sí que lo somos, SIEMPRE, del modo en que las vivimos. Nosotros, y sólo nosotros, escogemos cómo vivir las vicisitudes y los avatares de cada instante. Tenemos libre albedrío para elegir. Por tanto, nuestra es la elección: pensar positiva y constructivamente en aquello que deseamos alcanzar o pensar negativa y destructivamente en aquello que nos causa incomodidad, dolor y miedo.

Comentarios