El despertar

Recuerdo el año 2003 como el año de mi gran despertar. El que, definitivamente, marcó un antes y un importante después en mi vida.

Entrar en detalles de cómo era ésta antes de ese momento implicaría contaros ciertos aspectos demasiado personales de la misma. Sin embargo, podría sintetizar todo el proceso en una palabra: autoestima. Sobre todo, porque fue entonces cuando la descubrí en toda su magnitud, y cuando, con posterioridad, comencé a cultivarla decidida y conscientemente.

Aunque en modo alguno podría decir que pasé de no tenerla a tenerla, sí que podría decir que mi autoestima experimentó por aquel entonces un salto cualitativo. E impelida por ella, mi propia vida.

Tanto si hablamos desde un plano metafórico como desde el plano de la realidad, el concepto de despertar implica una etapa previa de sueño. Es decir, que para despertar, obviamente, primero hay que estar dormido. Y para despertarnos hace falta, por ejemplo:

- el haber estado durmiendo el tiempo suficiente,
- una sacudida o un golpe,
- un malestar (dolor, incomodidad),
- una pesadilla, etc.

Es decir, que a veces para despertar necesitamos:

- haber estado dormidos (en los laureles) mucho tiempo,
- atravesar por una situación que nos sacude o golpea,
- o una que nos genera dolor o incomodidad,
- vivir una auténtica pesadilla.

No obstante, aunque os he comentado que mi gran despertar tuvo lugar en el año 2003, también ha habido otros despertares relevantes a lo largo de mi vida. Otros momentos cruciales que han marcado un antes y un después. Si bien, prefiero pensar que cada mañana, cuando me despierto en la cama, simbólicamente, estoy despertando a una nueva y diferente realidad que voy construyendo con mi mente a cada instante, y a un nuevo día que la vida me regala para que lo viva con entera libertad (la que hace falta para elegir) y, a ser posible, de la forma más inteligente y constructiva posible.

Así pues, parece evidente que vivimos en un mundo lleno de infinitas posibilidades.

Comentarios