Estereotipos, apegos y pretextos.

Acaso uno de los mayores obstáculos para el crecimiento personal sea el apego al propio yo. Concretamente, el identificarse con él al cien por cien y el atribuirle, para más inri, un carácter inmutable. Algunas frases de uso cotidiano ponen de manifiesto esta insalubre tendencia:

- Yo soy así o Yo siempre he sido así.
- Yo sigo siendo el mismo que hace cuarenta años.
- Así me parieron y así moriré.
- Yo... es que soy igual que mi padre.
- Yo nunca cambiaré.

A poco que uno se fije, el hecho de decretar estas sentencias constituye un claro acto contra natura. Simplemente, porque todo cambia en el Universo. Absolutamente todo (todo, menos lo que es inmutable: el amor). Y entonces, si la tendencia natural e intrínseca de todas las cosas es el cambio, ¿cómo se puede creer que eso no va con uno? Por supuesto, por miedo. Porque, sencillamente, uno se identifica tanto con lo que es, porque se está tan apegado a la propia personalidad, que uno teme dejar de ser... lo que es. Pero quien así piensa, probablemente, no se da cuenta de que se puede cambiar sin dejar de ser uno mismo, pues la quintaesencia de lo que cada uno somos es permanente, e inmutable. Es más, en la vida el cambio se antoja imprescindible, ya que sin él no puede tener lugar el necesario acople a las distintas vicisitudes y avatares por los que vamos atravesando a cada instante. Cuestión de adaptarse o morir.

Otras veces son los estereotipos sociales o de pertenecia a un grupo los que nos inmovilizan y nos alejan de la necesaria transformación, de la evolución y de grados superiores de bienestar. Pero en el fondo no son sino excusas para no cambiar, es decir, para no esforzarse y seguir haciendo aquello que nos perjudica o que perjudica a los demás; exigiéndoles a éstos, las más de las veces, el cambio que nosotros declinamos llevar a cabo. Por ejemplo:

- Lo siento pero yo no puedo resistirme cada vez que veo una mujer guapa. Compréndeme, cariño, soy italiano. Lo llevo en la sangre.
- Como buen escorpio que soy, me domina la pasión. No puedo evitarlo.
- Soy celoso porque soy gitano.
- ¿Pero cómo voy estudiar Bellas Artes si tengo cincuenta años?
- ¿Pero tú dónde has visto a un ejecutivo que vaya al trabajo en bicicleta?

Y en otras ocasiones son simples pretextos los que, cuales argumentos, se esgrimen, ante uno mismo y ante los demás, para evitar el cambio y el crecimiento personal que éste comporta. Para muestra, un botón:

- Los miembros de mi familia han tenido siempre un carácter muy dominante, y yo no iba a ser una excepción.
- Yo no tuve la suerte de nacer rico, así que lo más probable es que muera siendo pobre.
- Toda la culpa de este resentimiento que llevo dentro la tiene mi padre, por obligarme a que estudiara la carrera de medicina. Nunca se lo perdonaré.
- Con lo calvo que estoy es imposible que ligue tanto como tú, con esa melena que tienes.
- ¿Pero cómo no va a ir mal mi negocio con este gobierno que tenemos? El ministro de economía debería dimitir cuanto antes.
- Aunque tenga osteoporosis, no puedo renunciar a la Coca-Cola. Estoy enganchada a ella. La llevo bebiendo desde que era pequeña. Y ahora ya es demasiado tarde.

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