Miedo al qué dirán y a quedar mal con los demás

Existen dos tipos de miedo ampliamente extendidos en nuestros días y que pueden llegar a condicionar sobremanera la expresión del auténtico y genuino ser que somos, además de propiciar un tipo de relación interpersonal basado en lo superficial, en la dependencia y en la mentira. Se trata del miedo al qué dirán y el miedo a quedar mal con los demás. Ejemplificaré con algunos casos inspirados en la realidad:

Miedo al qué dirán:

- (Un padre dirigiéndose a su hija adolescente) La vecina del quinto me ha dicho que anoche estuviste besándote con un chico en el patio. Se me ha caído la cara de vergüenza. Así que espero que no lo vuelvas a hacer. (Se resolvería diciéndole algo así a la vecina del quinto) Mi hija ya es mayorcita para saber lo que hace. Además, yo confío en ella. Y si no hace daño a nadie, por mí, que disfrute de la vida.
- (Una mujer dirigiéndose a su pareja) ¿Pero tu has visto a alguien que vaya a una boda con vaqueros? Como te los pongas, me quedo en casa y vas tú solo. (Se evitaría, por ejemplo, de la siguiente manera) A mí me apetece que vengas a la boda conmigo. El cómo vayas vestido es algo muy personal. Haz lo que sientas.
- (Una amiga dirigiéndose a un amigo) Si te invito a comer a casa tienes que prometerme que no dirás tacos, porque hoy vienen mis padres y son muy religiosos. Una opción más armónica sería dejar que el amigo se expresara libremente, sin importar si alguien se siente molesto por escuchar de su boca algún taco.
- (Una mujer piensa) Me encantaría teñirme el pelo de azul pero en la oficina creerán que me he vuelto loca. La forma de resolver el dilema consistiría en que se tiñera el pelo de azul sin tener en cuenta lo que puedan pensar los demás.
- (Un hombre piensa) No me atrevo a salir a cantar. Si desafino haré el ridículo delante de mis colegas. Creo que no debería haber venido al karaoke. Me parece importante que uno sepa reírse de sí mismo, porque eso ayuda a superar el que los demás puedan reírse de uno. E incluso puede evitarlo otras veces.

Miedo a quedar mal con los demás:

- (Lo que realmente desearía decirle un amigo a otro que llega tarde a una cita por tercera vez consecutiva) Me sienta mal que últimamente llegues tarde a nuestras citas, y te agradecería que no volviera a suceder. Seguro que si te organizas mejor podrías evitarlo fácilmente. (Lo que finalmente le dice) Llegas con restraso, ¿no?
- (Lo que realmente le gustaría decirle un cliente a un camarero del que recibe una atención desastrosa) Por favor, tráigame la cuenta y una hoja de reclamaciones, si es tan amable. Pero al final no se atreve.
- (Lo que le gustaría decirle una persona a su pareja) Cariño, cuando vayamos a hacer el amor me gustaría que le dedicaras más tiempo a los preliminares. Es que así disfruto mucho más. (Lo que finalmente le dice) Así me gusta, campeón.

Algunas de estas escenas, desde luego, pueden mover a risa, pero sabemos que, como tantas otras, son muy habituales en la vida cotidiana. Es más, a menudo las protagonizan personas con caracteres y formas de ser muy distintas, pero con un denominador en común: el miedo. A veces, encarnado de forma sutil; otras, ostentosamente. Y en cualquier caso, un miedo que nos lleva a darle más importancia a lo que piensan los demás que a nuestro propio criterio. Un miedo que nos impide ser lo que realmente somos, comportarnos como realmente sentimos, actuar de acuerdo con nuestra propia idiosincrasia y singularidad. Un miedo que nos lleva a ser una persona falsa para agradar y ser aceptados por los demás. Miedos que nos impelen a vivir un tipo de vida acorde con lo que se espera de nosotros pero ajena a lo que verdaderamente nos gustaría vivir.

A poco que nos fijemos, nos daremos cuenta de que si tememos decirle lo que pensamos a un amigo, a nuestra pareja o a un familiar, es que algo falla en esa relación. Claramente. Y si a un ser allegado le decimos serena y educadamente lo que pensamos o sentimos y nuestra relación con él se ve deteriorada, ¿quién tiene un reto que superar? ¿La otra persona o nosotros?

Personalmente, concibo la existencia humana como un espacio en el que se nos brinda la gran oportunidad de ser nosotros mismos, de vivir nuestra propia vida y de disfrutar de relaciones sinceras y auténticas basadas en sentimientos de afinidad y afecto (no en apariencias ni falsedades). Sin embargo, ser uno mismo, a todas luces, requiere de mucho valor, y de manifestar, en su justa medida, lo que pensamos o sentimos en cada momento, sin incurrir en el miedo (que nos inhibe) ni en la agresividad (que nos lleva a hacer daño), es decir, actuando de forma más asertiva.

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