Un miedo de ciclistas

Nuestra mente es como un imán, literalmente, de tal modo que tendemos a atraer hacia ella todo cuanto en su seno alimentamos y potenciamos, ya se trate de pensamientos armónicos (dan fuerza y resultan del amor) o inarmónicos (debilitan y provienen del temor).

Yo soy un ciclista urbano, y, como tal acostumbro a usar la bicicleta a menudo para mis desplazamientos en Valencia (por cierto, no invierto ni un céntimo en gasolina, no contamino, y, además, mantengo en forma mi cuerpo). Una ciudad donde disponemos de un carril-bici que dista mucho de estar a la altura de otros existentes en algunas urbes europeas. Lo que significa que, en muchas calles o avenidas, tenemos que circular por el carril-bus como una alternativa para recorrer nuestros itinerarios y llegar a nuestros destinos (habida cuenta de que as bicicletas circulando por la acera están muy mal vistas en Valencia).

Algunos/as ciclistas urbanos/as que conozco me han manifestado en distintas ocasiones su temor a experimentar alguna clase de percance por circular con su bicicleta por el carril-bus. Básicamente, porque entienden que es una zona peligrosa (máxime, si el tráfico es intenso) y que su seguridad puede verse amenazada por otros vehículos. Lo que les lleva a algunos/as a descartar la opción anterior y a circular por las aceras o por zonas inapropiadas para la bicicleta.

Como todo en la vida, este temor me parece, por de pronto, comprensible, pero entiendo que alimentar los temores en ningún caso nos libera de ellos; antes bien, nos lleva a tener cada vez más temores. Y el miedo es como el plomo o el mercurio: poderosos tóxicos que se van acumulando en el organismo... y que mientras tanto van haciendo de las suyas.

Por descontado, existen distintas formas de superar los miedos, pero de entre todas ellas una es la más rápida, sencilla y directa: cogerlo por los cuernos. No se trata de pensar, se trata de actuar. No se trata de evitar el miedo, se trata de vivirlo a fondo, de saborearlo, de conocerlo, de notar cómo nos cala hasta lo más profundo. Y desde ahí: desde la vivencia, desde la integración, y no desde el rechazo, es como podemos superarlo de una forma auténticamente saludable.

Por otro lado, el miedo es un sentimiento que proviene directamente de la mente. El ser humano no podría sentir miedo si no pensara. Y eso es, precisamente, la clave de todo: no pensar. De ahí proviene la palabra temerario: un individuo que, por no pensar, lleva a cabo actos arriesgados y completamente ajenos al miedo. Claro que esto es el extremo opuesto. Tan mal parado puede salir el temeroso (que teme demasiado) como el temerario (que no teme nada). La virtud está en el término medio, es decir, cuando la precaución y la mesura (hace falta la mente para desarrollarlas) no llegan a sobrepasar la frontera del miedo.

Desde luego, yo no sé si algún día tendré un accidente circulando por el carril-bus o no. Sí sé que lo que tenga que ser, será. Pero, simplemente, no pienso en ello. Ni siquiera contemplo esa posibilidad. Soy consciente de que yo soy el creador (y máximo responsable) de mi realidad, de que en mi universo tiene cabida aquello que yo permito que tenga cabida. Nada más.

Así pues, cuando circulo por el carril-bus procuro estar atento. La situación lo requiere. Pero estar atento no es vivir con miedo. Si en ese momento decido pensar, pienso en otras cosas. Trato de pensar positivamente, para sentirme a gusto y para atraer a mi vida lo positivo. Lo demás está en manos del destino (particularmente, el que nos forjamos con nuestros actos y decisiones).

Y pienso, además, que lo de circular tranquila y sosegadamente por el carril-bus no es sino otra metáfora más de lo que es la manera de circular por la carretera de la vida. A veces, como ser humano que soy, siento miedo, sí. Pero, por la cuenta que me trae, procuro no alimentarlo y no darle fuerza. Procuro polarizarme en otro tipo de pensamientos más positvos y edificantes. Y si llega el momento y lo tengo delante de mí, trato de vivirlo lo más a fondo posible.

El Universo es como una universidad: tenemos asignaturas y exámenes que superar, en cada curso unos distintos. Y en esa justicia infinita que impera en él (aunque a veces no lo aparente), ningún ser humano es examinado de asignaturas que ya tiene completamente superadas, sólo de sus asignaturas pendientes y de aquéllas en las que flojea. Entre las cuales, obviamente, suele encontrarse el miedo.

En conclusión: invito a los/as ciclistas urbanos/as que tengan miedo de circular por el carril-bus a que lo hagan de forma tranquila y relajada, sin pensar en ningún momento (ni a priori ni cuando se circula por él) que algo desagradable pueda ocurrirles. Simplemente, se trata de estar atento y de no correr riesgos innecesarios, pero eso no significa circular con miedo. Es cuestión de vivir con más confianza, de tener fe en que todo irá bien. Y por lo demás, Dios dirá.

Comentarios