Los retos que nos esperan

Me cuesta creer que (según los expertos) se vislumbre el final de la crisis mundial y que algunos de los inapropiados actos que nos han conducido a ella no se hayan rectificado todavía. Por ejemplo: que un indicador del fin de la recesión sea el incremento en la venta de automóviles (y no precisamente eléctricos), o la adquisición, por parte de los consumidores, de segundas viviendas (que la mayor parte del año permanecen desocupadas). Será que, efectivamente, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra (y tres, y cuatro, y cinco...).

Para solucionar un problema (también podemos denominarlo desafío), en vez de parchearlo, hace falta ir a la raíz del mismo. Es necesario ahondar en su naturaleza y en su dinámica para comprender a fondo, y desde su origen, qué es, exactamente, lo que está fallando (la causa primera siempre está anclada en nosotras, las personas).

Los seres humanos, La Humanidad, llevamos mucho tiempo repitiendo ciertos patrones que se han demostrado sobradamente inarmónicos a la luz de sus efectos: destrucción, desigualdad, contaminación, violencia, pobreza... Y, pese a ello, persistimos una y otra vez en el error. No es de extrañar, por tanto, que cada vez la respuesta que nos da la vida (acción-reacción) sea más contundente y más desagradable (una pequeña afección sin importancia, con el tiempo, puede devenir una enfermedad grave si no se ataja cuanto antes).

Se aproxima a nosotros (yo, al menos, así lo creo) la que puede ser una gran era de prosperidad, de armonía y de fraternidad. Y como la mayoría de edades de oro que han conformado la historia de nuestra especie, está siendo precedida de un momento de crisis global y profunda que, en esencia, constituye una oportunidad perfecta para replantearse algunas de nuestras ideas y procederes cotidianos. Tal que así, La Humanidad se enfrenta a toda una serie de retos que no son nuevos pero cuya exitosa resolución apremia. Algunos de éstos, en mi modesto entender:

- Aprender a expresar nuestras necesidades y hacer valer nuestros derechos de forma abierta, serena y asertiva (sin avasallar a nadie y sin dejarse condicionar por el temor).
- Aprender a escuchar a nuestros semejantes, incluso cuando manifiestan una opinión muy diferente a la nuestra o cuando no nos gusta lo que de ellos escuchamos.
- Vencer el orgullo (cultivando la humildad): ese velo (más o menos tupido) que nos impide reconocer nuestras propias sombras (cuando no, miserias) y que, sin embargo, nos impulsa a proyectarlas sobre los demás.
- Aprender a dialogar: un valor fundamental para trascender los desencuentros, las disputas, los conflictos interpersonales y las guerras.
- Desarrollar una tecnología ecológica, medioambientalmente sostenible, inocua y al servicio del ser humano (y no al revés).
- Fomentar todos aquellos actos y actividades que potencien el encuentro, la unión y el compartir entre los seres humanos.
- Implementar una medicina natural, integral, básicamente preventiva, y en ningún caso lesiva, que trate al ser humano como un todo y no como partes aisladas, unas de otras.
- Promover políticas económicas basadas en la ecología, la sostenibilidad, el reparto equitativo de la riqueza, el trueque y el dinero real (no el de plástico, ni el asociado al crédito, que, en el fondo, no es sino una forma más de esclavitud).
- Edificar sociedades basadas en la igualdad dentro de la diversidad, en la libertad responsable de sus individuos, en la solidaridad con las personas más desfavorecidas, en una justicia universal y humanitaria y en la comunión y sinergia de los seres humanos. Algo así como: Uno para todos y todos para uno.

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