Psicosomática del dolor, heridas, cicatrices y moraduras.

Todos sabemos que una cicatriz es la marca que queda en la piel después de curada una herida. Pero (según el diccionario de la RAE), también, una impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado. Curioso, ¿no?


Una vez más, el lenguaje coloquial arroja interesante información para comprender el trasfondo simbólico-metafórico asociado a estos traumatismos. Por ejemplo:

- Mi novia de toda la vida me ha dejado, y sé que esta herida tardará en cicatrizar.
- Esa forma que tienes a veces de decir las cosas hiere a las personas.
- Me duele la indiferencia que demuestras hacia mi persona cuando estamos con tus padres.
- La muerte de mi hermano todavía es una herida que supura en mi corazón.
- Que después de veinte años sirviendo a la empresa me despidieran de aquel modo supuso un duro golpe para mí que me ha marcado de por vida.

Herida (a veces, profunda), dolor, supurar, golpe, cicatriz, marca... Lo que puede aplicarse al cuerpo, igualmente, puede ser aplicado a nuestras emociones y a nuestra memoria, estableciéndose, de hecho, un perfecto principio de correspondencia entre el uno y las otras. Es decir, la dinámica de nuestro cuerpo (siempre supeditada a la de nuestro universo psicoemocional) actúa de acuerdo con aquello que manifestemos de forma clara y contundente (ya sea consciente o inconsciente), máxime si nuestras acciones, palabras o pensamientos van acompañados por una carga emocional.

Por consiguiente, en virtud de esta correspondencia, y una vez más a tenor de la experiencia, podemos afirmar que:

- tanto más dolor tenderemos a experimentar en nuestros cuerpos (a raíz de enfermedades o traumatismos) cuanto mayor sea el número de situaciones que vivamos como dolorosas; o, también, cuanto mayor sea el dolor que infrinjamos a los demás (estamos llamados a vivir en nuestras propias carnes -para conocerlo de primera mano y saber cómo es- aquello que le hagamos a los demás y que resulte hiriente o doloroso);
- tanto más, y peor, tardarán en cicatrizar nuestras heridas cuanto mayor rencor cultivemos hacia quienes nos hieren;
- tanto más supurarán y se infectarán dichas heridas cuanto mayor sea la cantidad de porquería (toxinas), es decir, de actitudes destructivas o inarmónicas que desarrollemos en la interacción con nuestros semejantes.

Por otro lado, el comportamiento de las moraduras es, asimismo, un signo delator que pone de manifiesto ciertas particularidades del individuo que las experimenta. Así pues, el que le aparezcan a una persona moraduras con gran facilidad (al menor golpe o presión) estará poniendo de relieve una facilidad especial para que un hecho irrelevante (que para la mayoría de gente no revista importancia) sí revista cierta importancia o gravedad para ese individuo en cuestión. O, dicho de otro modo, las moraduras ante el menor golpe revelan una personalidad con una susceptibilidad acentuada ante ciertas vivencias que, además, dejan huella fácilmente. Y si esas moraduras permanecen largo tiempo en la piel (dificultad para desaparecer), nos encontraremos ante un individuo fácilmente rencoroso, es decir, cuyas huellas de heridas o golpes de la vida (propinados por terceros) no se olvidan fácilmente.

Por todo ello, una vez más, podemos constatar que más allá de las razones físicas y orgánicas que provocan las mencionadas manifestaciones corporales existen causas mucho más profundas que encuentran su raíz en las distintas actitudes que, consciente o inconscientemente, expresa y cultiva el ser humano en su día a día y en su universo. Las cuales, ni que decir tiene, se pueden cambiar y trascender a voluntad; y, con ellas, el comportamiento de nuestro organismo.

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