Más allá de la sostenibilidad

Los seres humanos no somos los únicos animales que generamos residuos. De hecho, todos los producen; incluso una diminuta ameba. Pero una cosa son los residuos y otra, muy diferente, es la basura. ¿Y cuál es la diferencia? Pues la diferencia estriba en que los residuos se descomponen con bastante facilidad y rapidez, de tal forma que regresan a la tierra para alimentarla. La basura, sin embargo, al estar compuesta por elementos y materiales difícilmente degradables, requiere de mucho más tiempo (a veces, décadas; o incluso cientos de años) para descomponerse, por lo cual se acumula, y entretanto, contamina.

Desde que comenzó la Revolución Industrial, La Humanidad ha ido acumulando basura en sus respectivos asentamientos, y aunque hace ya décadas que hemos empezado a desarrollar la cultura del reciclaje, nuestras basuras, pese a todo, siguen multiplicándose en los vertederos en ingentes y peligrosas cantidades.

En este contexto, surge el concepto de sostenibilidad, el cual viene a expresar el equilibrio de una especie con los recursos de su entorno, y en general se aplica para denominar la explotación de un determinado recurso por debajo del límite de renovabilidad del mismo. Un ejemplo típico es el uso de madera proveniente de un bosque: si se tala demasiado el bosque desaparece; si se usa la madera por debajo de un cierto límite siempre hay madera disponible.

Lo cierto es que la sostenibilidad es un concepto, y una práctica (en el mejor de los casos), que nos puede permitir sobrevivir y sacarnos de algunos apuros, pero no es el mejor concepto posible. El ideal, en mi modesta opinión, sería que lográramos devolverle a la Madre Tierra lo que ella, generosamente, nos ha proporcionado (para nuestro sustento y desarrollo), pues de ese modo podríamos establecer con ella una relación de equidad y de genuina justicia.

En realidad, lo que podría antojarse como un actual y difícil reto para nuestra sociedad moderna y desarrollada es, igualmente, un desafío que alcanzan todas la especies del planeta y un gran número de tribus indígenas que viven en completa armonía con la Naturaleza. Por ejemplo: un pájaro se alimenta de las semillas que produce una determinada planta, y luego las heces que produce el animal se erigen, a su vez, en alimento para las plantas. Asimismo, un castor construye su madriguera con pequeñas ramas y cuando ya no necesita esa vivienda y la abandona la naturaleza la desintegra y la reintegra después en el biotopo (el entorno que habita el animal). Es decir, en ninguno de los dos casos se generan basuras ni residuos tóxicos.

Del mismo modo, una tribu salvaje que esté asentada en medio de la selva y que por algún motivo decida trasladarse y abandonar el asentamiento, apenas dejará huellas de su existencia cuando transcurran unos pocos meses o años, pues todos los elementos que formen parte de aquél (ropa, enseres, casas), al estar construidos con los materiales naturales que proporciona el entorno, ni son tóxicos ni derivan en basuras. Así pues, se cumple la premisa: lo que la Naturaleza entrega le es devuelto, de tal manera que ella puede llevar a cabo con éxito el necesario reciclaje.

Pero los seres humanos que formamos parte de este mundo moderno y (equivocadamente denominado) civilizado hemos conseguido viajar a otros mundos, construir máquinas que se asemejan cada vez más a nosotros, y, así las cosas, habitamos un planeta en el que estamos agotando una larga serie de recursos naturales y en el que cada vez hay más residuos tóxicos.

Para colmo, osamos autodenominarnos los animales más inteligentes del planeta, haciendo gala de un engreimiento y de un antropocentrismo (incluso a estas alturas) que a menudo supera los límites de la dignidad y de la decencia. Y todo en pos de un estilo de vida que, las más de las veces, ni siquiera nos hace felices.

Con esto y con todo, y a pesar de este oscuro panorama, soy optimista. Podríamos conseguirlo, pero tendríamos tanto que desaprender...

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