Confianza y Fe

No sé si la palabra fe poseerá connotaciones religiosas para algunos de vosotros. Yo la definiría, de un modo sencillo y simple, como creer en lo que no se ve. E insisto, no sé si esta definición os sugiere la idea de algo espiritual o trascendental. A mí, sin embargo, me sugiere la idea de algo muy mundano y cotidiano.

Por ejemplo, un amigo nos invita a comer a su nuevo piso, recién estrenado. Llegamos al portal y nos subimos al ascensor para acceder a la planta donde vive. Luego, nos sentamos a la mesa y nos disponemos para comer. Pero antes de entrar en el ascensor no le pedimos al conserje el certificado de la última revisión, ni que nos dé la llave del cuarto de máquinas para comprobar si todo está en orden. Simplemente, entramos en el aparato con la confianza total de que nos elevará hasta la planta de nuestro amigo sin que se rompan los cables de la cabina. Pero después tampoco comprobamos si la silla en la que nos vamos a sentar para comer está en perfectas condiciones, no nos detenemos a mirar si tiene alguna pata rota o si está desvencijada. En realidad, damos por supuesto que nos sostendrá sin romperse. Vamos, es que ni nos paramos a pensarlo. Es decir, en ambos casos mostramos fe y confianza absolutas. Y sólo son dos ejemplos, que, como muchos otros, cualquiera de nosotros podría protagonizar.

Si alguien me pregunta si la arcilla puede curar una infección intestinal, si una lavativa de tomillo puede bajar dos o hasta tres grados de fiebre en media hora, si una persona mejoraría su salud adoptando una actitud más positiva ante la vida o si alguien puede perder peso aprendiendo a combinar adecuadamente los alimentos, mi respuesta sería un Sí, por supuesto. Y con esa respuesta no estaría sino expresando mi confianza absoluta en lo que digo. ¿Y por qué? Pues por mi experiencia. Eso es lo que me da la seguridad; y lo que, en el mejor de los casos, me permite transmitir esa seguridad a mi interlocutor.

Con todo, existen otras facetas de mi vida en las que no me siento tan seguro de mí mismo. Son aspectos concretos en los que no tengo tanta experiencia, en los que no me muevo como pez en el agua y que pueden llegar, incluso, a inspirarme un cierto temor. Soy consciente de ello. Pero también soy muy consciente de lo que podría mejorar mi vida si consigo trasladar mi fe a esos ámbitos. Me refiero a una Fe con mayúsculas. En fin, estoy en ello...

La Fe con mayúsculas es la fe en uno mismo y en la vida (en ese orden). La Fe que, por un lado, nos permite sabernos capaces de cualquier cosa que nos propongamos. También es la Fe en que podemos materializar todos nuestros sueños si los tenemos muy claros en nuestra mente y los anhelamos con todo nuestro corazón. La Fe que nos permite tener la certeza de que estamos guiados en cada momento, que estamos protegidos, la Fe en que todo va a ir perfectamente, que nada nos va a faltar. Esa es la Fe con mayúsculas; la Fe que mueve montañas.

Y esa es, además, la Fe que sugiere un jugoso anuncio de unos archiconocidos grandes almacenes. Un anuncio que me ha sorprendido mucho, y gratamente. Porque sorprendente es que en el departamento de publicidad de una de las empresas más importantes de Europa haya alguien capaz de comunicar, a un público potencial amplio y diverso, una verdad tan grande y con un trasfondo tan espiritual.

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