El colesterol y la acidificación de la sangre

Imaginemos por un momento que vivimos en una casa antigua, de ésas que tenían tuberías de plomo. Por el desagüe del fregadero de la cocina solemos echar salfumán, así que con el tiempo descubrimos una fuga de agua en la tubería de dicho desagüe. ¿Pero por qué? Pues porque el salfumán, como era de prever, la ha corroído.

De la misma manera, el abusar de determinados alimentos (fritos o carnes, por ejemplo), el combinarlos inadecuadamente o el masticarlos de forma insuficiente puede provocar gastritis en un primer momento y úlceras a más largo plazo. Simplemente, porque los ácidos del estómago, al segregarse frecuentemente y en cantidades elevadas terminan corroyendo la mucosa de la pared estomacal.

En condiciones de salud, el pH de la sangre oscila entre unos valores de 7,35 y 7,45, es decir, ligera alcalinidad. Pero si ese pH baja de 7,2, y conforme se acerca a 6 o menos, hablamos de una condición denominada acidosis, la cual se hace extensible al resto de líquidos del organismo (como la saliva o el citoplasma celular).

Como supondréis, las venas y las arterias desempeñan una función vital en nuestro cuerpo, ya que transportan y distribuyen la sangre hasta todas y cada una de las células del mismo. Si la sangre se mantiene en los parámetros óptimos de alcalinidad, todo funciona adecuadamente, pero conforme la sangre se va acidificando el organismo se ve obligado a generar unas contramedidas destinadas a evitar que las venas y las arterias (las tuberías de nuestro cuerpo) terminen corroyéndose (con todo lo que eso podría suponer). Para evitar el desastre, cuando la sangre se vuelve ácida, nuestro organismo recubre las venas y arterias de una capa protectora. De ese modo el ácido de la sangre lo tiene más difícil para corroerlas. Esa sustancia protectora se denomina colesterol.

Así pues, ese colesterol que se genera cuando las personas comen determinados alimentos, o los comen de una forma inapropiada, no significa que el cuerpo funcione mal. Significa, precisamente, que el cuerpo no es tonto, y que hace en cada momento lo que es oportuno para mantener el grado más elevado posible de armonía y equilibrio. Sin embargo, cuando los hábitos alimenticios son incorrectos y se prolongan en el tiempo esas sucesivas capas de colesterol comienzan a obstruir las venas y arterias, con todo lo que eso puede llegar a suponer. Por ejemplo, multiplicar el riesgo de padecer varices, embolias o infartos.

Desde el punto de vista del sentido común, no se trata de luchar contra el colesterol (lo que podría conducir a dejar nuestras venas y arterias desprotegidas frente a una sangre ácida) sino de eliminar las causas que lo provocan, que no es lo mismo. Y esas causas son, fundamentalmente:

- masticar poco los alimentos,
- combinarlos de forma inadecuada,
- abusar de alimentos que requieren de secreciones ácidas, como las carnes, los pescados, los huevos, los lácteos, los comestibles refinados, procesados o industriales, helados, dulces, bebidas artificiales, etc.;
- seguir ciertos hábitos, como hacer la siesta en la cama, comer con tensión o sin hambre o hacer cenas abundantes;
- tomar café, alcohol, tabaco o drogas;
- abusar de ciertos fármacos, antibióticos, o exponerse a metales pesados (como el mercurio de las amalgamas dentales),
- falta de ejercicio físico,
- permanecer demasiado tiempo en lugares mal ventilados,
- beber o cocinar con un agua de poca calidad (como la del grifo),
- adoptar y cultivar determinadas actitudes, como odio, resentimiento, ira recurrente, miedo, avaricia, egoísmo, envidia, celos, etc., es decir, formas de comportarnos que nos corroen o que resultan corrosivas para los demás;
- alimentar cualquier tipo de pensamiento negativo (de esos que también nos corroen por dentro).

Y, contrariamente, otros factores que ayudan a alcalinizar la sangre, y, por consiguiente, a evitar el aumento del colesterol son:

- masticar suficientemente los alimentos,
- combinarlos adecuadamente,
- evitar o moderar el consumo de alimentos acidificantes y comestibles de cualquier tipo,
- seguir ciertos hábitos saludables, como hacer la siesta recostado, comer con hambre y de forma relajada o hacer cenas ligeras;
- evitar el café, el alcohol, el tabaco y las drogas;
- recurrir a la medicina natural y evitar exponerse a sustancias tóxicas y metales pesados,
- hacer ejercicio físico regularmente,
- ventilar las estancias y lugares donde uno se encuentre,
- beber y cocinar con un agua lo más pura posible,
- adoptar y cultivar determinadas actitudes, como la dulzura, la comprensión, la confianza, la generosidad, etc.;
- alimentar cualquier tipo de pensamiento positivo (de esos que nos producen armonía, alegría, salud y bienestar).

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