El desprecio de la mente

En algunos de los círculos en los que habitualmente me muevo acostumbro a escuchar comentarios en los que se pone de manifiesto un cierto desprecio por la mente, tachándola de engañosa, de ilusoria o de constituir una fuente de dolor y de sufrimiento (por cuanto que se asocia a veces al ego). Incluso es comparada despiadadamente con el corazón.

El caso es que en los últimos días he estado reflexionando acerca de esta importante cuestión, llegando después a algunas conclusiones.

Por de pronto, considero que si los seres humanos tenemos una mente es por algo... y para algo. ¿Y para qué puede ser si no para usarla... adecuadamente? ¿Y por qué compararla con el corazón, si, en realidad, son dos cosas completamente diferentes que no tienen nada que ver?

Es cierto que el corazón alberga una belleza tan inmensa como intrínseca, pues en él se engendra el amor; que no es poco. Y también en él reside la intuición (corazonada), la cual nos permite saber la respuesta a determinadas preguntas o planteamientos sin que medie un proceso lógico o deductivo. Pero insisto: no es por casualidad que como especie tengamos una mente muy desarrollada y con un enorme potencial. Ni es casual que tengamos una inteligencia (entendida como adaptabilidad al medio que nos rodea y como la capacidad para entendernos a nosotros mismos y al Universo) cuyo asiento es la mente.

La mente, efectivamente, nos permite entender y comprender, nos faculta para ahondar en la realidad y desvelar sus misterios, así como afrontar con éxito muchos de los retos que se nos presentan en lo cotidiano. Con la mente, además, podemos imaginar, crear y soñar.

Lo más armonioso que soy capaz de concebir no es, precisamente, este rancio y trasnochado antagonismo entre la mente y el corazón, sino un punto de equilibrio entre los dos. Un balance que propicie la sinergia de ambas fuerzas y que nos permita a los individuos movernos resueltamente en ese término medio donde reside la virtud.

Si nos dejamos llevar siempre por la mente será fácil que nos equivoquemos en nuestras decisiones, porque nos faltará algo esencial: el sentimiento que aporta el corazón. Y, por otro lado, si nos dejamos llevar siempre por el corazón y no pensamos lo que hacemos es probable que tarde o temprano nos precipitemos o que hagamos daño a alguien.

En nuestro corazón, por ejemplo, puede surgir el impulso de hacer algo, pero sólo nuestra mente será capaz de modular o de modelar ese impulso... para que no hiera a nadie, para que no perjudique a nada y para que nos permita mantener el mayor grado posible de armonía en nuestras vidas.

El corazón es amoroso pero tonto, porque no piensa. La mente es fría y calculadora, porque no siente. Consagrados a su naturaleza, uno ama y la otra piensa. Es lo perfecto. Y es de ese mutuo abrazo de donde, en el mejor de los casos, surge el equilibrio y la armonía; y la posibilidad de ser cada vez mejores y más felices.

A fin de cuentas, de eso se trata.

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