Falta de circulación, varices en las piernas y cardenales.

Tal como acontece en todas las afecciones y enfermedades, más allá de las causas físicas que las desencadenan, subyacen otras más profundas que podemos denominar psicoemocionales o psicosomáticas, y que constituyen la raíz misma de su manifestación. Así pues, la enfermedad se puede definir desde una perspectiva holística como la materialización corpórea de un conflicto no resuelto (por el individuo que la padece, obviamente).

En relación con el tema que hoy nos ocupa, y a tenor de mi experiencia, podría sintetizar diciéndoos que los problemas circulatorios, en general, y las varices en particular, encuentran su origen en la falta de fluidez del individuo. Concretamente, es su caminar (las piernas son las que nos llevan a los sitios, las que nos permiten andar por la vida).

Efectivamente, la sangre de la persona afectada (que simboliza su alma, su esencia), en vez de ser fluida y discurrir normalmente por los vasos sanguíneos, se vuelve viscosa, incluso se retrae, encontrando dificultades para circular por arterias y (sobre todo) venas, las cuales, especialmente las más finas (capilares), se hallan obstruidas en mayor o menor grado (inmovilidad, estancamiento, falta de flexibilidad, falta de apertura -de mente y de corazón-).

Sin embargo, en el caso particular de las varices, nos encontramos con que la dificultad estriba, sobre todo, en la llamada circulación de retorno. Y aquí subyace una metáfora de importancia capital que ayuda sobremanera a entender el trasfondo del conflicto, pues el individuo, en el mejor de los casos, avanza, se proyecta en su interacción con los demás y con el mundo, pero experimenta un conflicto en tanto en cuanto siente que no obtiene la debida recompensa por participar en el juego de la vida, o bien que no recibe el agradecimiento, el reconocimiento o el trato merecido por parte de las personas a las que se ha entregado y sobre las que ha depositado, incluso, grandes expectativas. O, dicho de otro modo: la persona afectada siente que en su vida da más de lo que recibe. Una tesitura que vive con pesar y con frustración.

Si además nos encontramos con una facilidad para padecer cardenales al menor golpe, observaremos una correspondencia muy exacta en la personalidad del afectado: su susceptibilidad, es decir, su facilidad para sentirse herido o atacado por los demás a la menor ocasión, pues los cardenales son como huellas (heridas) que dejan los golpes (de la vida, de los demás). Algo que difícilmente podrá manifestarse en un individuo sano.

Así pues, para trascender estas afecciones, el paciente ha de:

- Aprender a fluir acompasando el ritmo (ágil) que imprimen los acontecimientos vitales, procurando adaptarse a sus vicisitudes y a sus avatares con soltura.
- Ser una persona echada hacia delante (valiente, atrevida, confiada), en vez de retraída, inhibida o temerosa.
- Dejar de sentirse una víctima herida (por la vida, por los demás) y sustituir ese sentimiento por el que confiere el sacrificio, y también el de la responsabilidad sobre los propios actos. Y tomando el cetro del poder sobre cómo uno se siente en cada momento de su vida (bien es cierto que no siempre podemos elegir las cosas que vivimos, pero siempre podemos elegir el modo en que nos las tomamos).
- Modular la propia sensibilidad, de tal manera que los golpes de la vida o de los demás no se vivan como heridas que tardan en cicatrizar o que dejan profunda huella (rencor, resentimiento).
- Aprender a dar (por supuesto, lo mejor de uno mismo) sin esperar nada a cambio (circulación de retorno) y sin generarse expectativas sobre los demás. Eso es amar.
- Vencer el miedo que le impulsa a uno a echarse hacia atrás, a arredrarse, a decir que no con más facilidad que , a negarse algunas cosas muy hermosas de la vida... por temor a que algo malo pueda suceder y perderlas.
- Hacer las cosas porque uno las siente y no para que a uno le den las gracias.
- Confiarse a la corriente (circulación) de la vida y atreverse a explorar todos sus caminos sin expectativas.

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