Efectos físicos y psicoemocionales de los lácteos

Algo tan obvio como lo que voy a decir, conviene tenerlo muy presente y pensar en todas sus implicaciones: los seres humanos somos mamíferos. Y, dicho sea de paso, somos los únicos mamíferos del planeta que tomamos leche (y sus derivados) después del período de lactancia.

Evidentemente, al igual que el resto de mamíferos, conforme vamos creciendo, nuestro cuerpo va perdiendo la capacidad (ciertas enzimas, sobre todo) de poder digerir y asimilar correctamente la leche. Pero además, la leche que consume habitualmente la gente:

- Pertenece a una especie muy diferente a la nuestra (las vacas), con una proporción de nutrientes también muy distinta: muchas grasas y proteínas y pocos hidratos de carbono, frente a la leche de mujer, que es rica en hidratos de carbono y pobre en proteínas y grasas (la proporción de nutrientes de la leche materna es muy similar a la de la fruta, lo que no es extraño, pues nostros, los seres humanos, somos animales frugívoros -comedores de fruta- de origen, y es lógico que la leche del lactante tenga una proporción de nutrientes muy similar a la del tipo de alimento que ingerirá tras la lactancia).
- Es producida industrialmente, es decir, a las vacas se les dan piensos sintéticos, vacunas y preparados farmacológicos para tratar sus problemas de salud. Y la mayoría de ocasiones son criadas en cautividad, en cubículos donde jamás pisan el verde ni ven la luz del sol.
- Esa leche, por si fuera poco, es homogeneizada (lo que hace que su grasa sature nuestros vasos sanguíneos) y esterilizada (con lo que se desvitaliza por completo). Y luego se le quitan y añaden nutrientes, con lo cual, se desequilibra su estructura natural (suponiendo que a esas alturas del proceso le quedara algo de natural).

En suma, nada que ver con la leche que tomaban nuestros abuelos. Absolutamente nada.

Una leche de vaca industrial generará, por de pronto, mucha mucosidad y probablemente alergias en el individuo. Sobrecargará su organismo de toxinas, le debilitará su sistema inmunitario y hará que disminuyan sus niveles de calcio (sí, habéis leído bien; todo lo contrario de lo que pretende convencernos la publicidad). Y esto es, sólo, un brevísimo resumen de sus inconvenientes.

Pero acaso la parte menos conocida de los lácteos (de origen animal, no de los vegetales) sea la que tiene que ver con sus efectos psicoemocionales. Porque tengamos en cuenta que lácteo, literalmente, es el alimento del lactante, no del adulto. Y, por consiguiente, el lácteo alimenta en el adulto aquello que le es propio (y armónico) a un lactante: su vulnerabilidad (miedo), dependencia (de la madre) e inmadurez.

Fijémonos cómo estas premisas se cumplen, no sólo a nivel individual, sino también a escala colectiva. Particularmente, si tomamos como referencia a uno de los países desarrollados que más lácteos consume: Estados Unidos (muchos estadounidenses la toman hasta en la comida).

A mi juicio, es un claro ejemplo de nación (no significa que todos los estadounidenses lo sean, ni mucho menos):

- inmadura (invadir países soberanos al margen de toda legalidad internacional, expoliar sus recursos naturales y masacrar a su población no es un acto de madurez, digo yo, vamos).
- temerosa (lógico que si uno asesina y roba para mantener un estilo de vida tan opulento como destructivo no pueda dormir tranquilo y tenga que vivir con la psicosis y la paranoia de ser atacado o agredido en cualquier momento).
- dependiente (de la energía y recursos naturales de terceros. Ya George Bush lo dijo en su día -una de las pocas verdades que han salido de su boca-: Estados Unidos es adicto -luego, dependiente- al petróleo. Y, por supuesto, a otras muchas cosas que no son petróleo).

Las últimas generaciones de españoles son las que más cantidad de lácteos han tomado en la historia de nuestro país, y también, a todas luces, son las más dependientes de la familia (muchos jóvenes, incluso antes de la crisis, siguen en casa de sus padres hasta pasados los treinta). Y respecto a si son más inmaduros y temerosos que generaciones anteriores, que cada cual saque sus propias conclusiones. Por eso, si lo que deseas es que tus hijos (o tú mismo/a) sean más maduros, valientes e independientes, por favor, lácteos de origen animal, cuantos menos, mejor.

¿Y cuál es la solución a todo esto? ¿Hay alternativas saludables? Desde luego, las soluciones pasan por no tomar decisiones drásticas. Una cosa es adquirir conciencia de una realidad y otra muy diferente es volverse radical o extremista. Los extremos nunca son saludables.

A tenor de mi experiencia, puedo confirmaros que de las personas consumidoras habituales de lácteos que han pasado por mis consultas y cursos, TODAS aquellas (sin excepción) que han disminuido significativamente la cantidad de lácteos de origen animal de sus dietas, TODAS han experimentado una mejoría notable (cuando no, extraordinaria) en su grado de salud.

Lo ideal sería, si lo que uno decide es tomar lácteos de origen animal, hacerlo pero de una especie con un tipo de leche más afín a nuestro organismo: la de cabra, por ejemplo. Y, por supuesto, que esos lácteos sean ecológicos, ya que el nivel de toxinas que contienen éstos es mucho más bajo que el que soportan los lácteos industriales.

También es conveniente saber que cuanto más graso sea un lácteo, más perjudicial para la salud será. Por consiguiente, la nata sería el peor de todos. Y el menos perjudicial sería el kéfir.

Ahora bien, si vuestra aspiración es la de tomar lácteos sin pagarlo con vuestra salud, ahí tenéis los de origen vegetal, como las leches (ecológicas) de arroz, avena, avellana, almendra, maíz, mijo, quinoa, kamut, etc. Las natas vegetales (ningún inconveniente que objetar). Y los yogures de soja (en cantidad moderada).

Para concluir, os diré que yo en mi infancia y adolescencia fui un gran consumidor de leche de vaca. Pagué un alto precio por ello, sin duda. Mucho más aún en mi parte psicoemocional (dependencia, inmadurez, miedo) que en la física. Pero cuando dejé de lado los lácteos empecé a experimentar cambios muy importantes, tanto en mi grado de salud como en mi personalidad (menos miedo, más madurez, independencia y seguridad en mí mismo). Y luego, a través de mi experiencia profesional he tenido ocasión de comprobar que mi vivencia ha sido muy semejante a la de otras muchas personas consumidoras de lácteos. De tal modo que el dejarlos atrás (insisto: no hay por qué hacerlo totalmente) marcó en nuestras vidas un antes y un después.

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