"Paseando a Miss Daisy", de Bruce Beresford.

Ya sé que esta es una película de hace años, de 1989, concretamente. Pero yo aún no la había visto, y lo hice por primera vez anteanoche.

Es una de las grandes de Hollywood, dirigida por Bruce Beresford. Tal vez por eso ganó cuatro oscars en su momento. Muy merecidos, en mi opinión. Y grande, también, por las magistrales actuaciones de Jessica Tandy y de Morgan Freeman, sus dos protagonistas principales (en un segundo plano, pero también magnífico, Dan Aykroyd).

Os la recomiendo en Saliment porque este filme recrea como pocos el tema del orgullo, el cual se encarna perfectamente a través de miss Daisy.

Yo definiría esta lacra humana (el orgullo) como la dificultad de un individuo para reconocer o admitir la verdad o la realidad. Lo ilustraré con un ejemplo:

En una de las primeras escenas, miss Daisy, una anciana de edad avanzada, se pone al volante de su coche y maniobra con la intención de sacarlo de su estacionamiento. Entonces, hace marcha atrás de manera poco habilidosa, de tal modo que lleva el vehículo al borde de un gran escalón, faltándole el canto de un duro para precipitarse por él fatalmente. Luego, al llegar a la escena su hijo (Dan Aykroyd), y después de preguntarle por el pequeño accidente que habían atestiguado varios vecinos, ella va y dice, convencidísima, que la culpa era del coche.

Y esa forma de ser y de actuar, lo que podríamos denominar un orgullo despótico para con los demás, se deja sentir a lo largo y ancho de toda la película. Aunque en el caso concreto de la señora Daisy no podríamos definir ese orgullo como una dificultad para reconocer la verdad, sino, más bien, una enfermiza y lacerante (para quienes le rodean) incapacidad.

El caso es que el hijo de la señora Daisy, un acaudalado empresario, resuelve buscarle un chófer privado (Morgan Freeman) para evitarle nuevos accidentes, y es ahí, en esa relación entre la señora Daisy y su chófer, donde se gesta el núcleo argumental de este extraordinario largometraje.

El carácter áspero, desconsiderado e hiriente de la señora Daisy le lleva a vivir en una casi total soledad, pues apenas cuenta con las esporádicas visitas de su hijo (visiblemente desgastado de su relación con su madre), la tibia compañía de su sirvienta y de un reducido número de amigas con las que eventualmente comparte la misa dominical y alguna partida al mah-jong (una especie de dominó chino).

Lo cierto es que conforme avanzaba la película yo no dejaba de preguntarme lo siguiente: el personaje que interpreta Morgan Freeman, ¿representa a un hombre que le falta autoestima (habida cuenta de los exabruptos que soporta de la referida anciana)... o bien es un santo? Porque, a decir verdad, el chófer no parece sentirse especialmente humillado ante las sucesivas y reiteradas afrentas de la mencionada señora. En realidad, diríase que lo lleva, en casi todo momento, muy estoicamente y con admirable dignidad. Sólo en una escena, en particular, el chófer le expresa su incomodidad por tener que pedirle permiso (y ella negárselo) para bajarse del automóvil y poder orinar.

Me parece muy evidente que este chófer-santo llega a aguantar lo que muy pocos aguantarían, pero tampoco nos da la impresión de estar aguantando nada. Él, simplemente, aborda los distintos exabruptos que le plantea miss Daisy con la inconmensurable bondad que emana de su ser, y lo hace con tal aplomo, y con tal perseverancia, que, al final, consigue ablandar el duro corazón de la senecta dama.

En fin... una película deliciosa que me movió mucho por dentro y que me dio bastante que pensar: cuántas personas así hay por el mundo, incapaces de ver la realidad de forma neta y objetiva, incapaces de asumir las consecuencias de sus actos... personas que fácilmente ven la paja en el ojo ajeno y rara vez, o nunca, la viga delante del suyo, gente que vive de espaldas a la humildad más necesaria y elemental; y cómo en ocasiones un amor incondicional es capaz de curarlas y de hacerlas despertar.

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