Mi proceso de los últimos dos meses

Aunque parezca extraño, cuando me rompí el brazo (poco antes de Fallas), apenas me dolió. Simplemente, me caí de la bicicleta, impacté contra el suelo y sentí que algo no iba bien en mi brazo derecho. Me senté en el suelo de la acera mientras experimentaba un leve shock post-traumático: me costaba un poco respirar y sentía una cierta ansiedad.

Ya en el hospital, sí que empecé a sentir dolor. Mi brazo estaba hinchado por la afluencia de sangre a la zona afectada, y noté cómo ahí mismo había subido un poco la temperatura, pues mi cuerpo se había aprestado a poner algo de orden en el caos que acababa de surgir, y lo primero era crear una especie de colchón mullido en torno a los huesos rotos (radio y cúbito) para proteger los tejidos de los roces.

Como digo, en ese momento empezó a doler. Los huesos rotos implican aristas afiladas que al rozar (aunque sea levemente) contra el músculo provocan un dolor muy agudo e intenso. Pero se soporta. Lo soporté. No era, ni mucho menos, el dolor más intenso que había experimentado en mi vida.

La primera escayola inmovilizó el brazo a la espera de la operación, la cual tendría lugar cinco días más tarde, un hecho que me permitía volver a casa para esperar el momento.

La operación anduvo magníficamente, gracias al excelente tándem que conformaron las doctoras y cirujanas Arnau y Pascual, ambas adscritas al Hospital Clínico Universitario de Valencia. El posoperatorio, por su parte, transcurrió sin ningún tipo de incidencia: ni dolor, ni fiebre, ni complicaciones, sólo el agobio de cargar con una voluminosa y un tanto pesada escayola que me dificultaba el movimiento a la hora de dormir (sumado al tubo de la vía en vena y el de drenaje). Aun así, lo sobrellevé sin grandes angustias.

Cabe decir que no comí la comida del hospital sino la que amablemente me traían de casa, siguiendo fielmente mis instrucciones. Una comida encaminada a iniciar lo más eficaz y rápidamente posible la regeneración de la zona afectada.

Interiormente, resultó un proceso duro, bastante más que el de hace casi dos años. Por una parte, por mi ánimo, un tanto decaído desde el principio; pero, sobre todo, debido a ciertas circunstancias personales que envolvieron mi convalecencia.

A las tres semanas de la operación me quitaron la escayola, y a partir de ese momento tuve que hacer frente a uno de los mayores retos en todo el proceso: restablecer la movilidad del brazo.

En las tres visitas que he efectuado al hospital para controlar el proceso, radiografía en mano, la doctora ha valorado muy positivamente la evolución, y las uniones entre los huesos mediante placas de titanio y tornillos están en estos momentos consolidadas casi por completo.

Habiendo iniciado por mi cuenta los ejercicios de rehabilitación, la recuperación de los movimientos de flexión y extensión del brazo ha sido muy rápida, y a fecha de hoy están a más del 80%. El movimiento de supinación (voltear la mano hacia arriba) está casi al 100%, así como las flexiones y estiramientos de las manos y los dedos. Sólo falta el movimiento de pronación (voltear la mano hacia abajo), que anda por el 65-70%. La fuerza de la mano (constricción, sujección, tracción), por su parte, también se acerca al 100%. Y todo esto sin haber empezado aún la rehabilitación, que inicio mañana miercoles.

Un proceso como éste también implica ciertas y muy gozosas alegrías. Sobre todo, porque partes de una inmovilización casi total del miembro, y te vuelves muy dependiente para hacer ciertas tareas que antes hacías con cotidiana facilidad. La mano izquierda, en su papel supletorio de la derecha, puede conseguir que salgas de varios apuros (afeitarte, vestirte o lavarte el cabello) pero cuando eres diestro y te ves forzado a manipularlo todo con la zurda, evidentemente, no es lo mismo que con la derecha. Nada que ver.

Comoquiera que sea, cada avance te anima enormemente.

Primero llega el día en que logras rascarte la cara,
luego puedes sonarte,
luego puedes llevarte un vaso a la boca y beber,
luego comienzas a escribir,
más tarde a lavarte los dientes,
luego a afeitarte,
después consigues teclear con el ordenador,
luego ya puedes fregar los platos llanos,
luego los hondos y las cacerolas,
luego consigues ducharte sin ayuda...
... y así hasta que, poco a poco, vas recuperando tu independencia.

Y sí, cada logro es una alegría; y un auténtico triunfo que incrementa tu ánimo.

Dada la favorable evolución de mi brazo, mañana podré acudir a rehabilitación en bicicleta. No le he cogido miedo, pero mi propósito es ser más prudente, si cabe.

Por cierto, no podéis imaginaros la cantidad de gente que he visto por la calle en los dos últimos meses con el brazo escayolado (la mayoría de ellos, el derecho). Prácticamente, todas las veces que he salido a la calle, y en ocasiones hasta tres personas en una misma tarde. Curioso, ¿no?

Por lo que voy comentando con la gente, conocidos y mis amigos terapeutas (incluyéndolos a ellos), casi todo el mundo se encuentra atravesando crisis personales, ya sea a través de enfermedades, accidentes o desencuentros con los seres queridos (familiares, amigos y pareja). Creo que no se escapa casi nadie.

Y es que tenemos tanto que aprender y que cambiar los seres humanos, tanto que mejorar en nuestra forma de ver la realidad y de actuar, tanto que crear en el mundo que habitamos...

Y no sabemos cómo hacerlo. Nadie nos ha enseñado. Hay que reinventarlo casi todo.

Se trata de tener paciencia, de recurrir a la vieja técnica de ensayo-error. Pero sin temor a equivocarse, siendo capaz de tolerarnos y de perdonarnos por nuestros desatinos y nuestras meteduras de pata, que fácilmente serán muy numerosos.

No importa si nos caemos una y mil veces. No importa... si somos capaces de levantarnos y reanudar el camino.

A fin de cuentas, ¿cuántas veces tiene que caerse un bebé que está aprendiendo a caminar para terminar haciéndolo con soltura y seguridad?

Pues un montón.

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