Cómo veo el futuro


Más allá de las crisis, de las guerras, de las hambrunas y de las injusticias existe un Universo lleno (abarrotado, diría yo) de maravillosas posibilidades. Y ese mundo futuro que está por llegar se nutre, fundamentalmente, de lo que nosotros pensamos de antemano en el presente. O dicho de otro modo: la realidad se va creando en función de lo que creemos.

Por eso, si nos dejamos llevar vehementemente por la, a veces, patética coyuntura político-social que nos rodea será fácil que caigamos en el pensamiento negativo, en el pesimismo y en la impotencia (Yo, un simple individuo, no puedo hacer nada por cambiar esta realidad).

Por de pronto, no descubro América al decir que la mejor manera de cambiar a este mundo es empezar por uno mismo, es decir, asumir la propia responsabilidad adoptando una actitud de vida que implique un crecimiento personal cada vez más más alejado de lo que nos imponen nuestras circunstancias. Me refiero a un crecimiento consciente, a un trabajo personal buscado (en vez de condicionado).

Pero aparte del crecimiento personal, disponemos de otra herramienta poderosísima: nuestro pensamiento, el poder creativo de la mente, la imaginación.

Si la pregunta fuese: ¿cómo ves el futuro?, ¿cuál sería tu respuesta? ¿Te lo has planteado alguna vez?

Yo, desde luego, no veo un futuro negro, ni tan siquiera sombrío; todo lo contrario. Siento que la profunda crisis por la que está atravesando la Tierra, y la Humanidad en general, no es sino la antesala de una era de libertad, justicia, prosperidad y fraternidad que aún está por llegar; y que llegará más pronto que tarde. Para mí es una certeza.

A veces he pensado: ¿cómo sería una civilización extraterrestre que nos llevara un millón de años de adelanto? ¿Cómo vivirían esos seres? ¿Cómo sería su tecnología, su mundo, sus ciudades, sus casas? ¿A qué dedicarían su tiempo? Un millón de años de ventaja... ¡Uf!, eso es mucho tiempo.

El mundo en que vivimos sólo puede ser, en cada momento, un reflejo fiel de lo que nosotros, los seres humanos, somos, ni más ni menos. El mundo es un escenario donde se proyecta y se espeja tanto nuestro yo individual como el colectivo.

Nuestro planeta, a los ojos de muchas personas, es un lugar sucio, injusto, violento... Porque la Humanidad, en conjunto, sigue siendo sucia, injusta, violenta... Si bien, una parte pequeña, pero creciente, de esa Humanidad tiende hacia todo lo contrario: la espiritualidad, la justicia, la paz... Por eso, también vemos reflejados en nuestro mundo esos mismos valores. Porque en él también existe lo limpio, lo bello, lo digno, lo armonioso... en todos los ámbitos y en todos los órdenes.

El reto, a mi entender, consiste en hacer extensible esa armonía al resto de esferas que conforman nuestra realidad colectiva, de tal manera que nuestro gran hogar llegue a ser, en su conjunto, un reducto de paz, prosperidad y bienestar.

Conforme avance el tiempo, la Humanidad se irá adentrando cada vez más en la justicia y en la equidad sociales. Los movimientos y las plataformas ciudadanos irán cobrando progresivo auge, hasta que derroquen las últimas tiranías que subyugan a los oprimidos. El pueblo irá tomando el poder y lo ejercerá de forma asamblearia, articulándose en una clase de gobiernos acéfalos (sin líderes) que regirán comunidades, regiones y territorios y que se interconectarán entre sí, no verticalmente, sino de forma horizontal (en red, para ser más exactos).

La cada vez más pujante tendencia hacia la sostenibilidad y hacia un estilo de vida más natural contribuirán decididamente a hacer de este un mundo más limpio, saludable y acogedor, y la era de las feroces multinacionales al servicio de una oligarquía dará paso a empresas y entidades cooperativas donde no una, sino todas las personas asociadas serán también beneficiarias. De este modo, la riqueza se repartirá de una forma muchísimo más equitativa y alcanzará a más gente.

También llegará el día en que la Humanidad comprenda que las enfermedades tienen su origen en el plano psicoemocional, y no en el físico (el cual no es más que el eslabón final de una larga cadena). Lo que llevará a los individuos a asumir su responsabilidad en esta casuística (en vez de delegarla en terceros). De este modo, cuando se elimine la causa (el conflicto interno), el efecto (la enfermedad y sus síntomas) desaparecerá automáticamente.

La medicina moderna que conocemos hoy en día, sin embargo, avanzará espectacularmente en otras vertientes de la salud humana, tales como accidentes, traumatismos, disfunciones, malformaciones congénitas, etc. Según esto, de aquí a cien años ya seremos capaces de regenerar tejidos y recomponer nuestro ADN con el uso de determinados tipos de luz (paquetes fotónicos conteniendo información que podrá ser focalizada y que actuará modificando las estructuras orgánicas), ¡y de forma instantánea!, lo que abrirá las puertas a la inmortalidad física. Sin embargo, en un mundo donde se irá recuperando poco a poco el sentido trascendental de la vida (la noción de una realidad espiritual más allá de lo tangible) serán pocos los que deseen alcanzarla, porque cuando uno sabe que su esencia es eterna ya no necesita aferrarse a la idea de la inmortalidad. Por añadidura, la Humanidad terminará reconociendo que la mayor mentira jamás contada, y que a la vez es el origen de todos los miedos existentes, es la idea de la muerte. Y una vez perdamos el miedo a la muerte, nuestra manera de ver el mundo y de relacionarnos con los demás cambiará drásticamente, y, por supuesto, a mejor.

De aquí a cincuenta años, la investigación, el desarrollo y la posterior implementación en la vida cotidiana de la energía libre (gestada y experimentada por el genial Nikola Tesla) acabará con el monopolio energético de las multinacionales y con la mayoría de guerras del mundo (muchas de las cuales están asociadas a la explotación de los recursos energéticos; sobre todo, del petróleo), por lo que la gente podrá acceder masivamente a una energía abundante, limpia y gratuita. Momento, a partir del cual, la tecnología focalizará sus esfuerzos, no ya en el ahorro energético sino en la eficiencia y en la durabilidad de las máquinas (se acabará, de paso, con la obsolescencia programada). Asimismo, la renuncia a los combustibles fósiles en favor de una energía libre conllevará un cambio radical en nuestro mundo, de manera que la contaminación empezará a experimentar un proceso recesivo para, en última instancia, desaparecer, siendo que una parte importante de la tecnología futura centrará sus recursos en limpiar de antiguos residuos y de materia tóxica al planeta.

El apogeo de la tecnología de hipervelocidad aplicada a los transportes (los cuales serán mayormente colectivos, ecológicos y extraordinariamente rápidos y seguros), permitirá de una vez por todas descongestionar de tráfico las ciudades, y que un gran número de gente se establezca en el campo. Mediante los trenes automatizados de levitación magnética seremos capaces de recorrer distancias de cientos de quilómetros en un abrir y cerrar de ojos (por ejemplo: Valencia-Alicante en menos de 10 minutos). Con los aviones hipersónicos (de segunda o tercera generación) de motores antigravedad (en Internet ya se pueden ver motores antigravedad funcionando) podremos salvar distancias intercontinentales, de decenas de miles de quilómetros, también, en muy pocos minutos (por ejemplo: Valencia-Tokio en 5 minutos). Por su parte, los barcos sustituirán el gasóleo por generadores eléctricos de repulsión magnética (energía libre), y las hélices por propulsores magnetohidrodinámicos (los japoneses ya construyeron un prototipo hace años con la ayuda de superconductores), de tal modo que podrán surcar los mares velozmente (incluso por encima del agua, como hacen los actuales hidroalas o jetfoils) sin perturbar en absoluto la vida marina (hay que tener en cuenta que el ruido de cavitación que generan las hélices de un barco se transmite a decenas de millas de distancia, un fenómeno que afecta, a veces gravemente, a muchos animales acuáticos). 

Ni que decir, tiene, las ciudades serán completamente ecológicas, en lugar de ser espacios fríos y despersonalizados donde predomina el acero, el hormigón y el asfalto. El concepto de jardín urbano cederá el paso al de urbe-jardín, y las calles, las avenidas y las plazas serán espacios abiertos, luminosos y peatonales; lugares de tránsito pero también de encuentro. Además, los transportes serán tanto suburbanos (metro, vehículos individuales, colectivos...) como aéreos (completamente silenciosos gracias a los motores antigravedad). También el agua será protagonista de arroyos, fuentes, lagos artificiales (la tecnología permitirá convertir la humedad ambiental en abundante agua o producirla mediante la fusión directa del hidrógeno y el oxígeno). Por su parte, las nuevas tecnologías de ecomateriales y de reciclaje relegarán al olvido los viejos problemas de la contaminación y de la acumulación de residuos. Por consiguiente, los vertederos pasarán a la historia.

El avance de la nanotecnología y la fotónica telemática facultarán el desarrollo de ordenadores millones de veces más potentes que los actuales pero de tamaño minúsculo. Una tecnología que unida a la robótica propiciará la creación de robots que no sólo nos aventajen en fuerza, habilidad y precisión mecánicas sino que superen nuestra propia capacidad mental. Hablamos de máquinas que podrán llegar a sentir, tener conciencia de sí mismas, e, incluso, amar (tal vez puedan darnos lecciones de cómo hacerlo óptimamente). Un hecho que podría terminar diluyendo la frontera entre máquina y ser vivo.

Asimismo, llegará el momento de explorar (digo explorar y no conquistar) el espacio con vehículos superluminales (capaces de viajar más rápido que la luz) que aprovechen los agujeros de gusano para recorrer millones de años luz de distancia en pocos segundos. Eso nos permitirá demoler las fronteras espaciotemporales que imponen los viajes lineales de los vehículos a propulsión, de tal modo que podremos adentrarnos en el espacio profundo y descubrir una inabarcable pléyade de mundos exóticos con otras curiosas formas de vida, nebulosas cuya belleza desafíe el lenguaje humano, galaxias rebosantes de coloridas estrellas, nuevas civilizaciones con las que poder establecer lazos...

Y cuando la era de oscuridad, sufrimiento e ignorancia que ahora vivimos quede en el recuerdo, cuando la tecnología esté a nuestro servicio (en vez de esclavizarnos) y avance en armonía con la Naturaleza, cuando superemos las barreras espaciotemporales que limitan los viajes interplanetarios (e intergalácticos) y seamos capaces de manejar lo infinito y lo eterno con la punta de nuestros dedos, ¿cuáles serán nuestros sueños y nuestros anhelos? ¿A qué nos dedicaremos los seres humanos dentro de uno, tres o cinco millones de años?

Posiblemente, desde una cosmovisión muy amplia y profunda, ubicados en la asíntota de una sublime evolución tecnológica y espiritual, surja en nosotros la ilusión y el deseo de ayudar a otras civilizaciones a superar sus conflictos, sus avatares y sus más altos desafíos. Quizá los humanos, entonces, nos dedicaremos a apadrinar mundos, a cuidarlos y a mimarlos, y a insuflar y a acrecentar en sus seres racionales eso que ninguna mudanza cósmica puede alterar. Eso que es la razón de ser de todo cuanto existe en el vasto Universo.

Eso, tan simple y tan sencillo, y a la vez tan esencial,
que no es sino el motor de todas las cosas que han sido,
que son y que serán.

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