"Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra".

Seguramente, os sonará a película norteamericana. Pero lo que subyace detrás de estas dos frases de marras es ley de vida: nuestra palabra nos empeña.

Comúnmente, aprendemos a hablar gracias a nuestros padres, por pura imitación. Al principio de nuestra vida lo hacemos de un modo casi inconsciente. Luego, en el colegio, vamos aprendiendo el significado de las palabras, cómo construir frases. Y así, poco a poco, nuestra estructura mental va adquiriendo más y más complejidad.

Lo que no sabe todo el mundo, sin embargo, es de qué manera y hasta qué punto nuestra realidad y nuestro propio destino están determinados por las palabras y las expresiones que empleamos habitualmente al expresarnos o al comunicarnos con los demás. De hecho, lo que decimos y cómo lo decimos tienen una importancia capital en el modo en que se desarrollan los acontecimientos en nuestra vida.

Nuestro subconsciente es una parte de nuestra mente que, a diferencia del consciente, no piensa. El subconsciente es... digamos... un poco tonto, pero, eso sí, posee una memoria portentosa. Es como un magnífico taquigrafista que va tomando nota, literal, de todo lo que decimos. Absolutamente de todo. Y aquellas palabras o expresiones que más repetimos son las que más peso van adquiriendo en él, las que más van condicionar posteriormente nuestros actos conscientes. En síntesis: nuestros actos conscientes dependen de lo que tenemos almacenado en nuestro subconsciente.

Por ejemplo:

- Si alguien me pregunta ¿Cómo estás? y yo le contesto Muy triste, ese Muy triste no sólo está expresando fielmente cuál es mi emoción o mi sentimiento en ese preciso momento sino que, al escucharlo mi subconsciente, va a determinar cómo me siento en los momentos sucesivos. De la misma manera que si acostumbro a decir con frecuencia No tengo dinero, no sólo estoy expresando cuál es mi estado de cuentas en el banco sino que estoy sentenciando cuál va a ser mi realidad en lo sucesivo, es decir, no voy a tener dinero.

- Si en una reunión de alcohólicos anónimos yo digo que estoy esforzándome para superar mi adicción al alcohol pero empiezo cada una de mis intervenciones en público con un Soy alcohólico, sin saberlo, le estoy dando a mi subconsciente un mandato: el de seguir siendo alcohólico. Otra cosa es que yo dijera Estoy alcohólico, pero ser implica un aspecto durativo, mientras que estar, no. No es lo mismo decir Estoy un poco torpe esta mañana que Soy un torpe. Lo primero es temporal, lo segundo es un decreto de por vida, y, por consiguiente, algo de lo que te costará librarte.

- Si yo digo El zumo de limón es bueno para el resfriado le estoy enviando a mi subconsciente el mensaje de que el zumo de limón va a acrecentar (por tanto, empeorar) mi resfriado, cosa que no me conviene. Pero si yo digo El zumo de limón cura el resfriado no hay ningún problema, porque lo que estoy haciendo es reforzar en mi subconsciente una idea que, a la postre, redundará en mi beneficio.

- Por otro lado, si yo digo a menudo Mi mujer me pone enfermo no deberá sorprenderme que con el tiempo termine enfermando. A fin de cuentas, lo he dejado muy claro en múltiples ocasiones. Máxime, si esas expresiones se acompañan de una carga emocional.

Así pues, existen palabras y expresiones que nos potencian, y existen palabras y expresiones que nos limitan.

Nos limita decir algo como:
  • Soy un despiste.
  • No se me da bien lo de ligar.
  • Tengo un cáncer.
  • Esto no tiene arreglo.
  • Voy a intentarlo.
  • No tengo dinero.
  • Me merezco todo lo que me pasa, por idiota.
  • No puedo.
  • Este pastel está de muerte.
  • Me pones enfermo.
  • Me siento culpable por haber actuado así contigo.
  • Me cabreas.
Pero nos potencia (o nos mantiene en armonía) decir frases como:
  • He tenido un despiste.
  • Soy perfectamente capaz de ligar cada vez que me apetece hacerlo.
  • Estoy completamente curado y mi cuerpo rebosa vida y salud.
  • Todo tiene solución.
  • Consigo lo que me propongo.
  • Atraigo el dinero y soy una persona próspera.
  • Merezco lo mejor y la vida me lo concede.
  • Yo puedo.
  • Este pastel está delicioso.
  • Tu actitud me hace sentir incómodo.
  • Soy responsable de haber actuado así contigo.
  • Elijo cabrearme.

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