La "Guerra Santa".

Vivo con la convicción de que todos y cada uno de los seres humanos de este mundo tenemos algo en común: aquello que somos en esencia.

¿Y qué somos en esencia?

Podríamos decir que en el centro de nuestro ser brilla un sol hecho de luz (conciencia) y calor (amor). Lo que sucede es que ese sol suele estar recubierto de una capa más o menos densa. En algunos individuos puede ser algo como una ténue neblina; en otros es un ancho muro de hormigón.

Lógicamente, el espesor del recubrimiento que envuelve nuestro sol da la medida exacta de la luz y del amor que irradia el individuo (hacia sí mismo -en forma de autoestima- y hacia los demás).

Por otro lado, cabe añadir que dicho recubrimiento, o coraza, se compone de una mezcla (de proporciones variables) de dos elementos: ego y miedo. 

La raíz de los conflictos humanos, y de todos y cada uno de los avatares (enfermedades, accidentes, contratiempos, desgracias, etc.) que puede experimentar una persona, tiene que ver con una falta de alineamiento entre lo que somos en esencia (luz y amor) y lo que expresamos en cada momento. Y la gravedad o envergadura del conflicto da la medida del grado de desacople entre nuestro yo verdadero y lo que manifestamos ante los demás.

Somos infieles cuando no actuamos conforme a nuestra naturaleza luminosa y amorosa, cuando, en mayor o menor grado, le damos la espalda a nuestra propia esencia.

Y de ahí surge el concepto de Guerra Santa.

La Guerra Santa, tal como yo la entiendo, no es contra nadie. Es contra el lado oscuro del ser humano, contra aquello que nos dificulta o impide actuar en coherencia con lo que realmente somos. Sin embargo, la Guerra Santa contra el ego y el miedo no es, en realidad, una guerra violenta.

Si el amor y el miedo constituyen una dualidad, son dos caras de una misma moneda, si comparten un territorio común (el yo, el propio ser que conforma a la persona), no se trata de luchar ferozmente, con todas nuestras fuerzas, para aniquilar al miedo. Se trata, más bien, de potenciar el amor... y de esta forma el miedo irá menguando y perdiendo peso y entidad. Así de simple.

Por eso, en esta Guerra Santa, que todos estamos llamados a librar, no hay violencia, ni víctimas, ni derramamiento de sangre. Porque las armas que necesitamos para ganarla no son otras que nuestra propia luz, y el amor.

Desde luego, no me atreveré a decir que esto sea algo fácil. Pues a mí, al menos, no simpre me lo parece. Ni mucho menos. De hecho, diría que es el mayor desafío al que puede enfrentarse un ser humano.

Seguramente, es una contienda que convenga encarar con paciencia, y siendo consciente de las dificultades que entraña, asumiendo pequeños retos cotidianos, en los que el miedo o el ego están implicados, y procurando trascenderlos dando lo mejor de nosotros mismos, recurriendo a esos valores que son nuestro potencial como seres humanos: respeto, tolerancia, ternura, comprensión, sinceridad, confianza, etc.

La alternativa a esto es seguir abrazados al miedo y al ego. Algo que tiende a ser doloroso.

O, cuanto menos, incómodo.

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