"Yo bebo agua embotellada, pero cocino con agua del grifo".

He escuchado esta frase en multitud de ocasiones y he tenido oportunidad de rascar lo que hay detrás de ella, lo cual me ha permitido llegar a algunas conclusiones.

Por de pronto, existe gran cantidad de gente que detesta, y con razón, el sabor del agua del grifo. Especialmente, los que viven en el levante español, pues el agua de esta zona posee un sabor harto desagradable. 

Muchas de esas personas, con la mejor intención del mundo, buscan en el agua embotellada la solución a este inconveniente. Sin embargo, a poco que este agua se conserve o se almacene a temperaturas superiores a 18ºC, determinados componentes tóxicos (como el antimonio) que contiene el plástico de las botellas migrarán al agua (estudio publicado en la revista Environmental Science and Technology por investigadores del Instituto de Geoquímica Ambiental de la Universidad de Heidelberg -Alemania-) .

Teniendo en cuenta que muchas personas beben este agua a diario, y en considerable cantidad, la cuestión es, ¿hasta qué punto y de qué manera esas sustancias tóxicas pueden llegar a perjudicar al consumidor? En este sentido, las autoridades sanitarias hablan de inocuidad en las dosis de consumo regulares, pero después del escándalo de la Gripe A, a ver quién es el guapo que se fía de ellos. Además, usar agua embotellada es participar en un negocio lamentable. Porque lamentable es que tengamos que pagar con nuestros impuestos un servicio de aguas potables (que de potables sólo tienen el nombre) y que luego el agua del grifo sea de tan baja calidad, y tan mal sabor, que te veas obligado a comprar agua embotellada... siendo que ésta no es nada barata. A todo esto hay que sumar las molestias que implica cargar con las botellas/garrafas, almacenarlas, etc.

También se ha generalizado la idea, completamente falsa, de que cuando el agua del grifo se hierve se le va todo lo malo que tiene. Pero vamos a ver, cuando hervimos el agua del grifo lo que se va es el vapor (que es puro); todo lo malo que tiene se queda en la cacerola, y además concentrado. Lo que sucede es que el sabor de los alimentos enmascara el del agua del grifo. Y ya sabéis: Ojos que no ven...

Una cosa es beber agua embotellada de vez en cuando y otra beberla a diario. Y es ahí donde está el problema: en la frecuencia de consumo.

Aparte del horrible sabor del agua del grifo, parece claro que mucha gente desea beber un agua más saludable, y por eso renuncian a consumir aquélla. Pero eso les lleva a tener que pagar un alto precio por ello: el del agua embotellada.

Quisiera deciros algo que cualquiera de vosotros podrá comprobar con su propia experiencia: incluso en una época de crisis-estafa como la que estamos viviendo, apostar por la salud es una inversión con sustanciosos réditos. Y cuando digo invertir en salud me refiero, por ejemplo, a invertir en una bicicleta, en una licuadora, en una sartén que no contenga teflón (demostrado cancerígeno), en prendas de vestir de fibras naturales, o bien en un sistema de purificación de agua (si os interesa esto último, podéis clicar AQUÍ para más información).

Por desgracia, vivimos en un mundo muy contaminado, en el que las sustancias tóxicas crecen conforme se desarrolla y expande la industria y la propia actividad humana (que genera residuos y basura). Y creo que a estas alturas no descubro América si digo que, por lo general, las empresas y las multinacionales acostumbran a anteponer los beneficios económicos a la salud de los consumidores, ya que a menudo cuentan con la connivencia de ciertos gobiernos y determinadas instituciones corruptas (como la OMS). 

Por eso, hoy más que nunca, es el propio individuo el que tiene que empezar a coger la sartén por el mango. Para ello, es necesario estar bien informado, educarse en una cultura de respeto a la Naturaleza y al ser humano, elegir sabiamente nuestros alimentos (priorizando en la agricultura, ganadería y acuicultura ecológicas) e invertir en una tecnología que nos permita evitar o minimizar los efectos de la industrialización sobre nuestro organismo.

Al fin y al cabo, siempre será mucho mejor prevenir que curar.

Comentarios