Os voy a contar un secreto

¿Se pueden subir catorce pisos, con los escalones de dos en dos, y llegar al último sin la lengua fuera? ¿Se puede estar una noche entera sin dormir y al día siguiente ser capaz de rendir adecuadamente en el trabajo? ¿Se pueden hacer más de noventa quilómetros en bicicleta y que al llegar la noche te queden ganas de salir a bailar?

Se puede. Doy fe de ello. Lo sé por experiencia.

Y vosotros sabéis perfectamente que una pequeña semilla del tamaño de una uña puede dar lugar a un árbol de decenas de metros de altura. Tal que así, todo lo que va a ser esa planta, todo ese enorme potencial, está predeterminado en la semilla. Y la principal cualidad que caracteriza a una semilla es la vitalidad, es decir, la capacidad de generar vida.

Dentro del reino vegetal no existe, pues, ningún elemento con mayor vitalidad que las semillas. Y tres cuartos de lo mismo sucede en el reino animal, pues las células huevo que resultan de ser fecundados los óvulos por los espermatozoides son, literalmente, semillas. Semillas que contienen todo el potencial de lo que posteriormente será el individuo adulto, maduro y plenamente desarrollado.

El ser humano lleva consumiendo semillas desde que existe como tal. Y cuando dejó de ser nómada para hacerse sedentario, el primer alimento que cultivó fue el cereal: un tipo de semilla. Sin embargo, llegados a este punto, conviene hacerse una pregunta: ¿qué pasaría si cogiéramos una semilla, le diéramos un hervor y luego la plantáramos? ¿Saldría una nueva planta de ella? La respuesta es un no rotundo. ¿Y por qué? Pues porque el calor habría destruido la vitalidad de la semilla, y, con ella, todo su potencial de crear vida. Así de simple. Cualquiera podría comprobarlo ahora mismo.

Yo siempre digo que la primera condición para alimentarse saludablemente es que lo que comas sea lo más natural posible. Y, partiendo de esa premisa, podemos plantearnos todo lo demás: pocos alimentos de origen animal, consumir fruta y verdura cruda y tomar alimentos integrales. Esto es lo básico, lo esencial. Pero hay algo más...

Si nosotros, por ejemplo, vamos a preparar una ensalada y le añadimos almendras tostadas, seguramente conseguiremos que éstas tengan un sabor más intenso y, para algunos, más agradable. Sin embargo, perderemos algo esencial: su vitalidad, pues ninguna de esas almendras sería capaz de dar lugar a un almendro si la plantáramos. Jamás. Porque una vez que se pierde la vitalidad de las semillas ya no se puede recuperar. Una semilla cocinada es una semilla muerta.

La gente toma a diario semillas y sus derivados, sí, pero en la mayoría de los casos esas semillas están procesadas, refinadas, tostadas o manipuladas de alguna manera. Y eso las convierte en inservibles... si lo que uno pretende es obtener de ellas vitalidad.

Para que una semilla pueda aportarte vitalidad es IMPRESCINDIBLE que la comas cruda. No hay vuelta de hoja, ni medias tintas. O está cruda y conserva su vitalidad o no lo está y la ha perdido. Una de dos.

Yo, desde hace mucho tiempo, consumo a diario semillas crudas. Y casi todos los días tomo entre tres y cuatro tipos diferentes de semillas, a saber:
  • Polen fresco (se vende en la zona de refrigerados): tiene mucha más vitalidad que el polen normal, y es mucho más agradable de sabor. Es un alimento con una enorme vitalidad. Tremenda. Y posee innumerables nutrientes de máxima calidad. Tomo una cuharada rasa nada más levantarme.
  • Brotes de alfalfa: son semillas que se han sometido a un proceso de germinación (entre 4 y 5 días). Con lo cual, aún tienen más vitalidad; y multiplican hasta en un 500% su valor nutritivo. Además, es un alimento altamente alcalinizante de la sangre. Los tomo a razón de un puñado añadidos a la ensalada del mediodía.
  • Almendras: es un alimento que simboliza la juventud. Es muy nutritivo. Y es el único fruto seco que alcaliniza la sangre. Es extraordinario. Tomo un puñadito a veces, entre horas.
  • Pasta de sésamo (tahin): otro alimento muy rico en nutrientes (calcio, fósforo, magnesio). Pero cuidado, porque muchas veces se vende tostada. Y esa, por descontado, que ya no tiene vitalidad. No sirve.

Destacar que todos y cada uno de los alimentos mencionados son altamente ricos en hierro, un mineral esencial que favorece enormemente la oxigenación de la sangre. Lo que le permite a la persona que lo ingiere cansarse mucho menos (conviene recordar que uno de los principales síntomas de la anemia es el cansancio).

Asimismo, añadir que la gran cantidad de vitaminas, minerales, oligoelementos, enzimas y antioxidantes que aportan al organismo estos superalimentos le permiten al individuo poder recuperarse con mayor rapidez, y que su cuerpo se regenere de los posibles daños o deterioros que pueda comportar una actividad física intensa.

Ah, y otra cosa que, quizá, tal vez, sea aún más importante que lo dicho anteriormente. Para disfrutar de una gran vitalidad es necesario algo insustituible: amar la vida.

Bueno... pues esto ya no es un secreto.

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