La biología de los sentimientos y de las emociones

 
Durante siglos, nos han hecho creer que cuerpo, mente y emociones están disociados, separados, que siguen caminos y procesos diferentes. Pero a través de la experiencia de cualquiera que se pare a observar un poco, y de la mía propia a través del trabajo que realizo en mis consultas, se puede concluir fácilmente que existe una interconexión entre todos ellos, una relación directa entre nuestros pensamientos y emociones y la biología de nuestro organismo. Hasta tal punto, que el modo en que nuestro cuerpo se manifiesta (forma, características, peculiaridades) y el modo en que funciona (fisiología, metabolismo, disfunciones) son un reflejo exacto, milimétrico, de nuestro universo mental y emocional. En consecuencia, nuestro cuerpo delata fielmente cómo somos, cómo vivimos la vida y cómo afrontamos los retos y los conflictos que surgen en nuestro camino.

Por ejemplo:
  • El miedo puede expresarse en una determinada persona incrementando ésta el grosor de su tejido adiposo (obesidad, grasa). El cual le serviría a cualquier animal, en condiciones normales, para protegerse. Aunque también para aislarse. Pero en otro individuo ese miedo puede adquirir matices distintos, materializándose en forma de una postura corporal encogida (hombros caídos y pecho hundido). En contraposición a un individuo valiente y decidido, que camina erguido, con paso firme y... sacando pecho.
  • Una persona puede desarrollar un hipertiroidismo por el hecho de ir constantemente acelerada de un sitio a otro, siempre con prisa, como si le faltaran horas a su jornada. De tal manera, que su glándula tiroides (una especie de reloj biológico que llevamos todos y que marca el ritmo de nuestro metabolismo) también se acelera; y, con ella, el metabolismo. Por contra, una persona puede desarrollar hipotiroidismo porque esté viviendo un proceso de su vida sin la suficiente madurez. A fin de cuentas, la glándula tiroides también se denomina la glándula del crecimiento. Y crecimiento (personal) es madurez. Así pues, si falta madurez, falta crecimiento. Por eso mismo, la glándula tiroides se ralentiza.
  • También podemos encontrarnos con conflictos asociados a la fluidez que desencadenan afecciones diferentes en según qué personas. Por ejemplo: es frecuente que la falta de fluidez (detrás de la cual suele estar la duda y el miedo) se exprese en muchas personas, sobre todo en mujeres, a través de problemas circulatorios, como las varices. Pero en otras esa falta de fluidez se expresa a través del estreñimiento: dificultad para fluir, para soltar y para deshacerse uno de lo que le sobra en su vida (residuo=heces) y que es perjudicial.
  • Otras veces, un mismo síntoma posee interpretaciones distintas, las cuales vienen dadas por el contexto personal en el que se ubica. Por ejemplo: conocí a una mujer que desarrolló un quiste en el útero debido a un sentimiento (intenso y sostenido en el tiempo) frustrado de ser madre (el bulto era muy parecido a lo que habría sido el óvulo fecundado que se implanta en el útero y que se empieza a parecer a un embrión). En otra mujer, sin embargo, el quiste uterino tenía que ver con un sentimiento repetido de ira (algo que le hincha) y que le llevaba a ponerse histérica (hystere=útero, en griego) muy a menudo. 
  • Un conocido mío, hace cosa de veinte años, comenzó desarrollando una gastritis (irritación de la mucosa gástrica), pues, paralelamente en su vida, estaban aconteciendo situaciones que no digería bien y que le irritaban. Pero lejos de abordar ese desafío de una manera constructiva, con vistas a solucionarlo, se dejó arrastrar por sus emociones de forma sistemática, por lo que con el tiempo esa gastritis se convirtió en una úlcera: algo en sus vivencias cotidianas le corroía profundamente. Hace seis meses le diagnosticaron un cáncer de estómago, y ahora está en tratamiento hospitalario. Según me comentó él mismo, refieriéndose a un conflicto vivido con su mujer, pocos días antes de que le diagnosticaran: No puedo soportar lo que me ha hecho mi mujer. Llevo meses con algo aquí dentro que me devora y que me está matando. Y así ha sido. Él mismo lo había decretado y sentenciado con antelación.
Lo cierto es que todos estos casos poseen un denominador en común: la mente y las emociones determinan lo que ocurre en el cuerpo. Y no es que los microorganismos patógenos, la genética, los contaminantes o la alimentación no tengan nada que ver en esta historia. Tienen mucho que ver. De hecho, estos factores son imprescindibles para que se manifieste el síntoma, la enfermedad o la disfunción. Pero, en realidad, no son la verdadera causa sino el último eslabón de una cadena cuyo demostrado origen se sitúa en un conflicto no resuelto por el individuo.

Esta perspectiva de la realidad, tal como yo la entiendo, no es un castigo para el ser humano, sino, más bien, una fuente de poder y una liberación. A fin de cuentas, en nosotros está el origen de toda esa realidad (creamos lo que creemos). Y lo que nuestro cuerpo manifiesta no es sino el modo en que nosotros la interpretamos y afrontamos. Por eso, el vivirla de una manera u otra es nuestra responsabilidad. Lo es enfermar y lo es curarnos. De nosotros depende.

Y, sobre todo, de nuestra actitud.

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