Natalia se levantaba cansada y de mal humor

Hace un par de años vino a mi consulta una mujer de treinta y dos un tanto desesperada, pues llevaba bastante tiempo con problemas digestivos, muchos gases, durmiendo mal y despertándose cansada y de mal humor. Algo que estaba empezando a hacer mella en su ánimo, en su relación de pareja y en su rendimiento laboral.

La referida (a la que aludiré con el pseudónimo de Natalia), hacía todo lo posible por cuidarse: yoga, meditación, alimentación ecológica... Incluso había recurrido, sin mucho éxito, a las plantas medicinales para subsanar sus dificultades con el sueño. Y ya no sabía qué hacer.

Aunque sus circunstancias aparentaban ser complejas y su situación comenzaba a resultarle desesperante, lo cierto es que cuando me contó cuáles eran sus hábitos no tardé en comprenderlo todo, disipándose el misterio con gran rapidez.

Por de pronto, Natalia ejercía un trabajo muy estresante, debido, fundamentalmente, a la relación que mantenía con sus compañeros (digamos, por resumir, que de excesiva implicación). Como consecuencia de ese estrés, llegaba a última hora de la tarde a casa (sobre las 19:30 horas) y merendaba un gran batido de fruta con leche de avellana. Luego, cenaba antes de las ocho y media. Una cena, para más señas, bastante copiosa. Y como la ansiedad persistía, solía tomar algo de dulce o de chocolate justo después de la misma.

Entonces, invadida por un sopor casi irresistible, lo habitual era que se metiera en la cama al poco de cenar; y, cuando no, antes de una hora. Sin embargo, y a pesar del agotamiento (físico y emocional), lo cotidiano era que le costara conciliar el sueño, que tuviera pesadillas o que se despertara varias veces a lo largo de la noche.

A la mañana siguiente, se levantaba como resacosa, cansada y de mal humor. Y podía suceder, fácilmente, que discutiera con su pareja por trivialidades.

A mi entender, era evidente que Natalia, después de un largo y desagradable día de trabajo, llegaba a casa con una gran ansiedad, a lo que, inconscientemente, buscaba en la comida algo que le llenara (su sensación de vacío interior), que le proporcionara placer y que contrarrestara su amargura (de ahí la necesidad compulsiva de dulce). Aunque todo ello pagando un precio. Veamos cuáles fueron sus errores:
  • La fruta es muy saludable y muy depurativa, sí, pero tomarla junto con una leche de avellana en forma de batido la convierte en algo nada saludable ni depurativo sino en una fuente de fermentaciones y de toxinas. Además, la fruta es un alimento bastante estimulante, por lo que si se toma a última hora del día no se puede esperar de ella que ayude a conciliar el sueño. Por otro lado, un gran batido de fruta con leche de avellana no es algo que se digiera en media hora, por lo que si no ha terminado de digerirse y uno empieza a cenar lo que se asegura es una mala digestión que, a buen seguro, producirá fermentaciones, gases y toxinas.
  • Luego, añadimos una cena abundante para complicarlo todo aún más.
  • Y a eso le sumamos algo de dulce para rematarlo, siendo que el dulce no combina bien con lo salado. Y que tanto los dulces como el chocolate (sobre todo, este último) son, por si fuera poco, alimentos particularmente excitantes.
Con estas premisas, lo raro sería hacer una digestión adecuadamente, y, menos aún, poder dormir plácidamente. Si el cuerpo tiene que hacer una digestión por la noche, y más si se trata de una cena pesada, el aparato digestivo tendrá que trabajar duro para digerir, y el hígado para neutralizar las toxinas; y todo esos procesos gastan mucha energía. Por eso, si no disfrutamos de un descanso necesario ni de un sueño reparador, ¿cómo podemos esperar levantarnos con energía y de buen humor a la mañana siguiente?

Pues bien, todo este caos se resolvió por completo en menos de dos semanas, y en tanto en cuanto Natalia comenzó a seguir mis recomendaciones. Las cuales consistieron en:
  • Aprender a no implicarse excesivamente con determinadas situaciones injustas que estaban experimentando algunos de sus compañeros de trabajo (abandonar el papel de salvadora de todos). Aprender a ser asertiva y a dosificarse. Aprender a potenciar la autoestima (muchas veces las personas se implican demasiado en la vida de los demás porque, inconscientemente, buscan un reconocimiento, afecto o una gratificación emocional).
  • Le sugerí que si llegaba a casa con mucha hambre tomara una manzana, una tostada con mermelada natural o un vaso de leche de avellana. A elegir.
  • La cena debía ser ligera. Imprescindible.
  • Si notaba algo de ansiedad tras la cena, podía tomar una infusión de melisa o una tila endulzada con virutas de regaliz.
  • Era esencial dejar pasar una hora y media, como mínimo, entre el final de la cena y el momento de acostarse.
Como he indicado anteriormente, bastaron menos de dos semanas para que la situación de Natalia cambiara radicalmente, y a mejor:
  • Se redujo notablemente su estrés en el trabajo, con lo que progresivamente fue disminuyendo su ansiedad. Especialmente, la que experimentaba al llegar a casa.
  • Desaparecieron sus problemas digestivos y los gases.
  • Al reducirse mucho la cantidad de toxinas en las digestiones, el hígado también se alivió, lo que repercutió favorablemente en su humor (existe una relación muy estrecha entre lo sobrecargado que está el hígado de toxinas y el mal humor).
  • Poco a poco fue durmiendo mejor, más horas seguidas y fueron desapareciendo las pesadillas.
  • Al cabo de una semana, se levantaba de la cama con bastante más energía.
  • También se redujeron en gran medida las discusiones matinales con su pareja.
Lo cierto es que a menudo me encuentro con casos de gente que lo pasa fatal, personas que experimentan determinados problemas que les angustian sobremanera y cuya solución sólo requiere cambiar unos pocos hábitos de vida y actitudes.

Y cuando esto se lleva a cabo, los resultados sorprenden; y no tardan en llegar.

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