Venenos, dosis y comestibles con aditivos.

Según la RAE, un veneno es una:

Sustancia que, incorporada a un ser vivo en pequeñas cantidades, es capaz de producir graves alteraciones funcionales, e incluso la muerte.

Cuando se asegura que los alimentos comestibles con aditivos son seguros porque las sustancias químicas que contienen se encuentran en bajas dosis parece que que no se tiene en cuenta, no sé si deliberadamente, la definición de veneno. Porque un veneno perjudica siempre, se tome a la dosis que se tome. Otra cosa es que uno lo note o no.

Normalmente, cuando se piensa en veneno se tiene la idea de que es una sustancia que al ser ingerida provoca graves daños perceptibles, o bien la muerte... en poco tiempo; si no, inmediatamente. ¿Pero qué pasa si esos daños ocurren, o si te va matando lentamente, a lo largo de semanas, meses, o, incluso, años?

Supongamos que tenemos una viga de carga de madera en nuestra casa que, en un determinado momento, se ve atacada por la carcoma. Entonces compramos un producto para matarla... pero el daño (en principio, sin importancia) ya está hecho. Al cabo de un tiempo, la viga vuelve a ser atacada por la carcoma y nosotros volvemos a matarla, pero el nuevo daño que ya ha hecho a la madera se suma al anterior. Y así, el proceso se repite varias veces, hasta que al final la viga de carga se colapsa y la casa se hunde.

Cualquiera hubiera dicho al principio que un par de bichitos eran incapaces de arruinar la casa, pero si se va sumando los ataques de las sucesivas plagas, al final, el efecto es catastrófico. 

Pues lo mismo sucede con un veneno.

Efectivamente, hay venenos que pueden eliminarse del organismo... pero después de que hayan causado el perjuicio. Y a esto habría que añadir el efecto permanente que producen los venenos que no pueden ser eliminados del cuerpo, como los isótopos radiactivos, o el mercurio presente en muchos peces. Se trata de sustancias cuyos daños al organismo se incrementan conforme se van acumulando con el paso de los años.

Es curioso: si vas al supermercado a comprar amoniaco te encuentras con el dibujo de una calavera en el envase, o bien con un aspa sobre un fondo naranja (símbolo de sustancia tóxica). Sin embargo, te puedes encontrar compuestos amoniacales formando parte de los ingredientes de ciertos comestibles de panificadora. Exactamente igual que te los encuentras integrando la composición de pilas o de barnices. Pero claro, las autoridades sanitarias te dirán que esos compuestos amoniacales, como todos los demás aditivos, no perjudican a ciertas dosis.

Es conveniente recalcar que el uso de aditivos alimentarios va íntimamente ligado al concepto de vida moderna, de comodidad y de apariencias. Porque estos productos químicos sirven para mantener la integridad de los alimentos (como los antioxidantes), o bien para que conserven en perfecto estado sus propiedades organolépticas (aquéllas que pueden ser percibidas por los sentidos), tal como los nitratos ayudan a que la carne roja mantenga un color rojizo (que delata frescura), en vez de el color verdoso que tendría con el paso del tiempo y como consecuencia del proceso natural de putrefacción.

Si hablamos de alimentarnos de forma natural, saludable y equilibrada, no tienen cabida los comestibles con aditivos, sino los alimentos frescos, integrales, y, de ser posible, ecológicos. Es decir, los alimentos tal como los da la Madre Naturaleza, sin adulterar ni modificar. Ésos son los únicos que pueden ser asimilados por nuestro organismo sin que tengamos que pagar (a la larga) un precio por ello.

Con todo, alguien puede pensar que hoy en día los alimentos son mucho más seguros que hace cien años, porque antes la gente podía morir de tifus o de disentería. Sin embargo, yo les diría a quienes piensan así que a lo largo de la historia la gente ha fallecido de epidemias o de enfermedades comunes por vivir en condiciones miserables (que con frecuencia implicaban una alimentación deficitaria en nutrientes) o poco higiénicas. Si no, fijaos en que muchas de las grandes epidemias que han diezmado a la Humanidad han seguido a períodos de guerras.

Cuando el ser humano vive en armonía consigo mismo y con su entorno, alejado del conflicto, la enfermedad no acontece, ni tiene sentido alguno.

Y, en todo caso, si de lo que hablamos es de una alimentación genuinamente saludable, yo, personalmente, me fío mucho más de los alimentos puros que me ofrece la Madre Naturaleza que de los comestibles que fabrican las industrias. Las cuales, nos guste o no, están sujetas a los intereses económicos de quienes las regentan, y que a menudo se anteponen a la salud (sobre todo, a largo plazo) de las personas.

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