Los animales tienen alma

Desde hace algún tiempo, he observado con mucho interés, y no sin cierta sorpresa, algunos vídeos que han ido circulando por Internet. Vídeos en los que se ven animales ayudando a otros. Ayudándolos desinteresadamente.

A lo largo de la historia de la Humanidad, ha tenido lugar una vigorosa tendencia antropólatra a señalar a los animales como seres inferiores a las personas, como bestias que no tenían sentimientos ni raciocinio. Es un fenómeno ampliamente extendido, casi universal, pues el ser humano posee un complejo de superioridad de origen falocrático que no conoce límites. Sin embargo, los hechos demuestran algo muy diferente a esas ideas tan arraigadas, a esos viejos, y con toda certeza obsoletos, paradigmas.

Si hablamos de animales salvajes, la ferocidad intrínseca de una gran parte de ellos tiene mucho que ver con el instinto de supervivencia. Recordemos que la evolución y la pervivencia de las distintas especies es una consigna prioritaria grabada a fuego en los genes de todas ellas. Es así desde hace cientos de millones de años. Los seres vivos pueden subsistir a lo largo del tiempo en tanto en cuanto son capaces de alimentarse, adaptarse al medio circundante y neutralizar a aquellos elementos, potencialmente hostiles, que puedan amenazar su existencia.

Así las cosas, cuando un animal tiene el estómago lleno y no se siente amenazado, o invadido en su territorio, tiende a mostrarse completamente pacífico, tanto con sus congéneres como con el resto de las especies.

He visto vídeos en los que, por ejemplo, unos búfalos alejados de una manada eran rodeados por leones hambrientos, y cómo otros búfalos, arriesgando sus vidas, hacían piña para defenderlos. Y cabe preguntarse, ¿qué necesidad tenían si ellos estaban a salvo?

También he visto un perro echando agua con su hocico sobre unos peces que se estaban ahogando fuera del agua. Y cabe preguntarse, ¿qué necesidad tenía de ello? ¿Qué más le daba al perro que los peces murieran o no?

E, igualmente, tal como podéis observar en este vídeo, unos patos dan de comer a unos peces con los que comparten el estanque. Y cabe preguntarse, igualmente, ¿qué necesidad tenían?

Para mí, todas estas preguntas tienen una respuesta común: lo hacen por amor. Ya sabéis: ese sentimiento que busca el bien en el otro (o en una comunidad) sin esperar nada a cambio.

Visionando estas grabaciones, me doy cuenta de que los animales se manifiestan como seres que sienten y que también piensan. Todos, en mayor o menor medida, tienen un cerebro u órgano equivalente (como el núcleo de los protozoos). Algo que les permite poder desarrollar normalmente sus funciones básicas (nutrición, relación, reproducción...). Pero parece evidente que más allá de esas características que les confiere su sistema nervioso, pueden ir más allá. Porque son capaces de sentir emociones, son capaces de amar. De amar con mayúsculas.

También hay otro hecho que me llama poderosamente la atención: los animales distinguen perfectamente entre un adulto y un niño. Y raramente se muestran hostiles con los niños pequeños, de no ser que tengan hambre o que se sientan amenazados (un escorpión, por ejemplo, podría aguijonear a un ser humano, aunque sea un niño, si éste levanta la piedra que le sirve de cobijo). ¿Y por qué esto es así? ¿Por qué tratan respetuosa y condescendientemente a los niños pequeños? Tal vez porque los ven como semejantes, es decir, como seres puros, inocentes y naturalmente amorosos. A fin de cuentas, eso es lo que distingue sustancialmente a un niño pequeño de un adulto. Si bien es cierto que también hay adultos (cada vez más) que son puros, inocentes y naturalmente amorosos. Menos mal...

El caso es que, de todas estas observaciones, entresaco algunas conclusiones, aparte de las ya mencionadas. Me refiero, concretamente, a que los seres humanos podemos dar muy pocas lecciones de sensibilidad y de amorosidad a los animales. Y, menos todavía, de respeto a la Madre Naturaleza.

Por todo ello, me parece fuera de lugar seguir considerándolos bestias sin sentimientos. Y abominable la crueldad ejercida sobre ellos en las granjas industriales, en los mataderos, en los circos, en las fiestas populares... Porque cuando actuamos así, cruelmente, entonces somos nosotros las bestias.

A todas luces.


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