El origen emocional de la esquizofrenia

A tenor de mis observaciones y de las experiencias que he podido analizar en algunas personas afectadas, empezaría diciendo que la esencia de la palabra esquizofrenia, su etimología, ya nos aporta una información valiosa sobre el trasfondo simbólico-metafórico de esta afección: σχίζειν schizein, división y φρήν phrēn, alma, mente. Por tanto, la traducción literal del griego vendría a ser algo así como división de la mente.

Partiendo de la base de que en la esquizofrenia hay muy distintos grados (desde la persona que muestra síntomas muy sutiles -sólo visibles para el ojo experto- hasta la que manifiesta síntomas muy evidentes -a los ojos de cualquiera-), en todos los pacientes subyace un denominador en común: una profunda división, de naturaleza conflictiva, en su mente. Un fenómeno que puede condicionar en mayor o menor medida su vida y causarle distintos niveles de dolor y de sufrimiento.

Podríamos decir de una forma muy simple que el germen de este conflicto interno solemos encontrarlo entre el nacimiento y los doce años de edad. Frecuentemente, se trata de personas que han crecido en un ambiente familiar muy rígido, o incluso tiránico, en el que existían condicionamientos poderosos, como, por ejemplo, una dura doctrina religiosa que marcaba tendencias muy acusadas, o bien normas caseras muy restrictivas y de obligatorio cumplimiento. Al final, esto puede traducirse fácilmente en traumas que adquieren la forma de rechazo, sumisión, ira, incomprensión, abandono o incluso abusos.

Tal que así, el individuo se ve condicionado u obligado a hacer algo (muy importante o grave) en contra de su voluntad. Y de ahí surge la madre del conflicto: la guerra interna, la división. entre lo que me gustaría hacer y aquello que me veo obligado a hacer... muy a mi pesar. Porque, efectivamente, el sujeto se siente, literalmente, dividido.

La esquizofrenia es una manera de esconderse y de esconder a los demás la verdadera identidad de uno mismo. Obviamente, por miedo; por miedo a ser herido... nuevamente.

Por otro lado, en esa pérdida de la identidad, en ese proceso de no saber uno quién es verdaderamente, surge la necesidad inconsciente de construir otra u otras identidades paralelas o solapadas a la verdadera (el Yo soy).

La persona afectada vive esa guerra interna de un modo especialmente intenso, tan intenso como desagradable. En primera instancia, debido a la pérdida de libertad que implica el verse obligado a hacer algo que uno no desea hacer o a comportarse de un modo contrario a su propio sentir. Y cuando es un niño el que vive esto, el muro a superar puede ser infranqueable, porque se trata de la figura de autoridad que habitualmente representan y simbolizan los padres; o, en su defecto, quienes tutelan o lo tienen a su cargo. Así pues, como la criatura no puede rebelarse contra esa figura de autoridad (fuerte, poderosa, invencible) que le queda demasiado grande, esa situación le genera, además de una profunda herida, un estrés. Un estrés acompañado de una sensación desesperante, como de no encontrar la solución. Lo que a menudo conduce a un socorrido mecanismo de defensa: la huida.

Aparte de esa división interna, otro rasgo característico del afectado es la distorsión o la deformación de la realidad, cuando, ya en su vida de adulto, un acontecimiento reactiva esa vieja herida. Se trata, por supuesto, de un acto completamente inconsciente encaminado a evitar en lo posible el revivir el dolor vivido anteriormente. Otras veces, a menudo, el mecanismo de defensa pasa por evitar a toda costa hablar de la situación en la que la persona afectada se sintió herida.

Cuando la esquizofrenia no es demasiado severa, si la persona afectada está en condiciones de poder hacerlo, en su curación ayudará el reconocimiento de la propia herida: el ser capaz de contarla, o los hechos desencadenantes, con detalle. Eso ya resultará muy liberador. Especialmente, si la narración de los mismos comporta una carga emocional. Luego, en algunos casos, también puede ayudar sobremanera el revivir el episodio desencadenante del trauma pero desde el amor (algo que se puede hacer extensible a otros muchos tipos de traumas no asociados a la esquizofrenia), es decir, desde la aceptación, en vez de el rechazo; desde la igualdad, en vez de la sumisión; desde la comprensión, en vez de la incomprensión; desde el acompañamiento, en vez de el abandono, o bien desde la delicadeza, el respeto y el cariño, si el trauma está vinculado, por ejemplo, a una violación o a un episodio en que la intimidad se ha visto afectada violentamente.

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