La magnitud del conflicto da la medida de la enfermedad

Si pensamos en una gastritis, en una úlcera y en un cáncer de estómago, seguramente encontraremos que los tres poseen un denominador en común. Lo que cambia es la magnitud de esas afecciones y el nivel de perturbación (física, mental, emocional) que provocan en quien las padece.

Efectivamente, todas ellas nos hablan de la dificultad a la hora de digerir determinados acontecimientos de la vida. Situaciones que, además, corroen al individuo (exceso de ácido) y le queman (ardor).

A menudo, las úlceras comienzan siendo gastritis, y otras veces los cánceres de estómago pueden estar precedidos por úlceras sangrantes (¿conocéis la expresión esta situación es sangrante?).

La magnitud, aparatosidad y gravedad de una enfermedad vienen dadas por dos factores fundamentales: la intensidad del conflicto y el tiempo que éste se sostiene.

Una gastritis pone de relieve un conflicto menor. Tal vez, un comentario fuera de tono que te hace tu jefe y cuya respuesta te callas para evitar caerle mal y que te despida. Entonces, sientes una molestia (lo que te ha dicho y que te ha molestado), algo que no te ha sentado bien, puede que algo de dolor (porque te has sentido dolido) y un poco de ardor (porque esa situación te quema o te corroe).

La úlcera ya es algo más serio. No sale de la noche a la mañana. Requiere un poco de tiempo, y, probablemente, ciertas situaciones que se ha repetido sistemáticamente y que la persona ha digerido con bastante dificultad. Situaciones que le corroen (exceso de ácido) con cierta intensidad y que le queman (ardor). Si, además, la úlcera es sangrante, entonces sabemos que esa persona está viviendo un conflicto sangrante, es decir, de considerable gravedad o importancia.

El cáncer de estómago es aún más grave. Sobre todo, porque puede amenazar seriamente la vida de quien lo sufre. En este caso, ya podemos hablar de una enorme dificultad para digerir una situación en particular. Situación que inicialmente fue, además, muy chocante e inesperada. Por ejemplo: un hombre que descubre un buen día, porque los pilla in fraganti, que su mujer le es infiel con su mejor amigo. Esto le lleva a sentir que no puede tragarlo (digerirlo). Lo vive con mucha intensidad y no consigue quitárselo de la cabeza. Siente que esa doble traición le corroe hasta las entrañas. Le duele. Y, a partir de ese momento, condiciona sobremanera, profundamente, su vida.

En el plano orgánico, nos encontramos a veces con que la persona ha ingerido durante muchos años alimentos dañinos, como frituras o picantes. En otras, con que el individuo apenas masticaba la comida, con lo cual forzó a su estómago, también durante años, a generar ácidos muy potentes para intentar digerirla. Lo que finalmente terminó provocando que el estómago se resintiera, se debilitara y terminara enfermando gravemente.

La única manera de salir de ahí, de vencer a la enfermedad y no morir en el intento, es soltando la ira (el fuego que quema) y el rencor (lo que le corroe lentamente -como el terreno que va ganando el cáncer-) y sustituirlos (ahí está el gran desafío) por la aceptación y el perdón.

Aceptación y perdón para poder digerir adecuadamente lo que vivimos. Y una masticación adecuada que nos permita poder extraer todos los nutrientes que contienen los alimentos sin que éstos nos repitan (masticación=metáfora del aprendizaje=sacarle jugo a la vida) y sin que nuestro estómago se resienta.

Al final, como de costumbre, la sanación pasa por la expresión del amor en cualquiera de sus formas: aceptación, perdón, respeto, comprensión, autoestima... Todas esas actitudes constructivas que dimanan de la voluntad y que nos pueden permitir pasar de la sombra a la luz, y del dolor y el sufrimiento al bienestar y la felicidad.

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