¿Cuál es nuestra misión en la vida?



Yo os diría con total seguridad que los seres humanos tenemos una misión común en este mundo y en esta vida. Una misión que nos iguala a todos y que es prioritaria respecto de las demás. Y para mí, esa misión sagrada consiste en amarse y ser feliz uno mismo. Así de simple.

De ahí, surge la siguiente misión, también sagrada, y común a todos los seres humanos: ayudar a los demás a que sean cada vez más felices y hacer de éste un mundo mejor en el que vivir.

Para conseguir lo primero (amarse y ser feliz uno mismo) es conveniente desarrollar un trabajo personal que tiene dos ejes fundamentales: cultivar y potenciar los recursos y las habilidades que nos instalen cada vez más en la felicidad (equilibrio, armonía, salud, vitalidad, alegría...) y desprendernos de las cargas que nos alejan de las misma (ego, dependencia, hábitos tóxicos, falta de autoestima...).

Para conseguir lo segundo (ayudar a los demás a que sean cada vez más felices y hacer de este mundo un lugar mejor para vivir) es oportuno conocer, sentir y desarrollar nuestro DON. El don es una cualidad o habilidad que destaca de entre todas las que posee cada persona. Es un potencial humano en el que el individuo es capaz de dar lo máximo de sí mismo, lo mejor: el amor en todas sus facetas. Es algo que forma parte indisoluble de su ser y que, cuando se pone en práctica, le permite realizar cosas estupendas sin esforzarse. 

Ahora bien, ¿por qué me refiero a estas dos misiones como algo sagrado?

Porque la experiencia, tanto propia como ajena, me ha demostrado cientos de veces que el renunciar a estas misiones le lleva al ser humano a pagar un precio por ello. Y ese precio puede ir desde la depresión a la angustia, pasando por la ansiedad, la enfermedad o la propia infelicidad.

Podríamos decir que una misión sagrada es aquella a la que uno no puede renunciar (por más que se empeñara). Porque si renuncias a ella, lo pagas. De la misma manera que no puedes renunciar a respirar aire, porque tu cuerpo está hecho para eso. Y si renuncias a hacerlo durante más de dos o tres minutos, lo pagas, y muy caro.

En la vida hay muchos caminos que podemos elegir. Vivimos en un mundo lleno de posibilidades. Pero yo no conozco una mejor que la de amarse y trabajarse uno mismo para ser cada vez más feliz. Ni tampoco conozco una mejor opción que orientar nuestro trabajo (el que nos da de comer) a ayudar a los demás, a que la gente sea cada vez más feliz, a hacer de este planeta un lugar mejor para vivir. A fin de cuentas, de todas las posibles opciones que he ido explorando a lo largo de mi vida, estas dos, con diferencia, son las que más éxitos personales y profesionales me han aportado.

Doy fe de que, en la medida en que voy aprendiendo a amarme, y conforme voy siendo cada vez más feliz, lo que deseo es compartir eso que voy logrando con los demás. Tal vez, porque todavía hay una mejor opción que ser feliz:

Que los demás también lo sean.

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