Cómo evitar una catástrofe


Me doy cuenta de que un mecanismo habitual en muchas personas es ese que les lleva a tragar y tragar bilis, una y otra vez, cuando se sienten molestas o incómodas con alguien. Como digo, tragan y tragan hasta que ya no pueden más; y entonces explotan. Explosiones de mal humor que suelen ser más menos demoledoras. Fundamentalmente, porque todo lo que habían acumulado a lo largo del tiempo, como ira, rabia, indignación, resentimiento, o rechazo, sale de repente, y se vomita encima del otro. Entonces, sobrepasado el punto de no retorno, ya no hay vuelta atrás. Inevitablemente, se produce la catástrofe: el encontronazo, la discusión, la pelea, la ruptura...

Cualquier ingeniero lo sabe bien: si vas aliviando el agua que se va acumulando en una presa, todo irá estupendamente. Pero si retienes mucha cantidad y no la alivias, llegará a rebosar o reventar. Y en cualquiera de ambos casos, las consecuencias serán catastróficas.

En el fondo, el planteamiento es muy simple: resulta más fácil controlar una pequeña cantidad de agua que miles o millones de metros cúbicos. Es pura física.

Así que estamos hablando de un tipo de catástrofe que puede evitarse... cuando la situación aún no ha pasado a mayores.

Yendo a lo práctico, de lo que se trata es de aprender (y entrenarse) a decir lo que nos molesta cuando nos moleste, en vez de esperar a estar hartos.

¿Y qué conseguimos de ese modo? 

Pues, si le decimos al otro lo que nos molesta en el momento que nos molesta, o poco después, es mucho más probable que nuestras palabras sean más suaves y amables que si se lo decimos cuando ya no podemos aguantar más. Porque en esos casos, cuando uno ya está hasta la coronilla, lo más lógico es que nuestras palabras sean ásperas y el mensaje ofensivo. Lo cual, seguramente, nos alejará años luz de un posible entendimiento y de la solución al problema.

Y claro, nosotros no queremos eso.

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