Efectos psicoemocionales del aloe vera


Cuando contemplamos el Universo con amor y atención es fácil hallar en él, más tarde o más temprano, su cautivadora magia. Y escrutando minuciosamente el misterio de esa belleza, podríamos descubrir con asombro, por ejemplo, cómo la ecuación que define el movimiento de los electrones alrededor del núcleo atómico es prácticamente idéntica a la que resuelve el movimiento de los planetas alrededor de las estrellas. Es como si, efectivamente, hubiera una correspondencia, un paralelismo declarado, entre los distintos planos que conforman la realidad. Como si éstos estuvieran entretejidos en una trama fabulosa y colosal, de tal manera que lo que se haga en uno de ellos terminará repercutiendo en los demás.

Y así es. Es el Principio de Correspondencia: Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba.

Por esta regla de tres, lo que es capaz de hacer por nuestro cuerpo una planta es capaz de hacerlo, de un modo muy semejante, por nuestro ser, por nuestra persona, por nuestra esencia. Es decir, por esa parte parte de nosotros que no es un cuerpo.

Desde hace miles de años, el aloe vera se ha utilizado en muchas culturas para curar las heridas y las quemaduras, para restaurar los tejidos dañados y para que aquéllas cicatrizaran fácilmente. Hablo de heridas externas, como las que pueden abrirse en la piel tras un accidente. Y también de heridas internas, como las llagas de la boca, las úlceras de estómago o duodeno o las propias fisuras anales.

Allí donde hay un tejido que restaurar y sanar, llega amablemente, y con suavidad, la pulpa del aloe vera. Llega, lo limpia (es antiséptico), atenúa el dolor (es analgésico), reduce la inflamación (es antiinflamatorio), lo regenera, y, en última instancia, lo sana. A veces, con tanto poder y determinación que puede darse el caso de que luego no quede ni rastro, ni una simple cicatriz. Ni siquiera el recuerdo de esas heridas...

A través de esa maravillosa forma en la que opera corpóreamente el aloe vera podemos deducir su modus operandi en la mente y en las emociones del ser humano.

Por mi experiencia, he comprobado que allí donde hay una herida del pasado, llega amablemente y con suavidad el aloe. Llega y la limpia, atenúa el dolor de nuestro corazón (nos reconforta), nos libera del fuego (inflamación) de la ira, de la rabia, del resentimiento, contribuyendo a que aquélla finalmente se cure, y se cierre definitivamente.

Asimismo, el aloe ayuda, sobremanera, a esas personas que tienen un hondo pesar, y que se sienten rotas por dentro (hechas pedazos), u ofendidas (heridas), o bien lastimadas (por un continuo maltrato psicológico).

Igualmente, ahí donde el individuo experimenta un trauma intenso, como un abuso o una pérdida, que le descoloca, que le desubica, que le sacude y le deja huella. El aloe, ciertamente, le ayudará a recomponerse y a curarse.

También será extraordinariamente útil cuando la persona esté muy cansada, agotada o consumida (mental o emocionalmente), como consecuencia de un proceso vital intenso. Porque el aloe restaurará la energía disgregada. La energía perdida de quien, en un momento dado, podría decir: Me siento hecho polvo.

Y por último, podréis utilizarlo con gran éxito cuando os sintáis quemados. Es decir, cuando os sintáis hartos, saturados, sobrepasados, o al borde de la desesperación.

Servirá, para todos estos fines, el zumo de aloe vera de alta calidad que compréis en una ecotienda. Aunque yo os recomiendo, siempre que podáis, emplear la pulpa que hay en el interior de las hojas de una planta madura (más de 7 años). Pulpa que podéis mezclar, preferiblemente, con zumos de frutas o con un licuado de verduras (zanahoria y apio, por ejemplo).

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